Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

18.3.11

San José

Imagen en la
Abadía de San José, Güigüe
San José es un santo muy venerado. Muchos lugares tienen su nombre. Sin embargo, de él mismo sabemos muy poco. La razón de esto es sencilla: los Evangelios nos hablan de Jesús; Él está en el centro de atención. Las demás personas, incluso su madre, se nombran solamente en relación con Él. Esto ha dado pie a que se “rellenara” su vida con datos del patriarca José, cuando éste estaba en Egipto. También hay leyendas y fantasías que, a veces, ya no tienen mucho que ver con nuestro santo. Quizá porque nosotros mismos no sabemos leer con atención lo poco que se nos transmite, no sabemos aprovecharlo a fondo. Así nos quedamos en la superficie de algo interesante, pero algo que, al fin, nos deja tranquilos y no nos interpela. Vamos a ver, entonces, estos pocos datos, y qué nos dicen hoy.
Una primera característica llama la atención: José, en ningún momento, dice palabra alguna. Es puro silencio; no el silencio de uno que está desconectado de la vida, sino el silencio de un hombre que sabe escuchar, y que pone en práctica lo escuchado. Si comparamos esto con la propaganda continua que quiere hacernos creer que se está trabajando en algo, nos damos cuenta de que, cuánto más uno habla, tanto menos trabaja. José es un hombre de hechos, no de palabras vacías.
El Evangelio de Mateo – de él sacamos nuestra información – lo llama “justo” (Mateo 1,19). Es el hombre que cumple con la ley, que agrada a Dios, pero no es legalista. Por encima de su fidelidad a la ley está el respeto a la persona humana. Por eso no quiere exponer a María, su comprometida, a un escándalo público, y a la muerte segura por su embarazo. Debe haber sido una decisión muy difícil para él.
En esta situación descubrimos un tercer rasgo de José: él escucha tan bien que puede percibir el mensaje que Dios le envía en sueños. Cuatro veces nos relata el evangelista que José recibió un mensaje importante - de vital importancia para Jesús - en sueños. Hoy en día, escuchar los sueños no es del todo común. Hace un par de siglos, en Europa se ha entronizado la razón por encima de todo. El inconsciente fue relegado al olvido, por no decir, al desprecio. Sigmund Freud, cuando comenzó a desarrollar su sicología, basándose entre otros fenómenos también en los sueños de sus pacientes, fue tildado de oscurantista. Todavía hay bastante gente que es cerebral, y no presta atención al lenguaje simbólico, tal como se manifiesta en el arte – o en los sueños. José no fue así. No es sólo un hombre cerebral, sino uno que sabe escuchar también las dimensiones del inconsciente, que es uno de los canales, por no decir el canal principal, que Dios usa para manifestarse.
El cuarto rasgo que encontramos en José es su gran confianza en Dios. Dios le habla, y José pone manos a la obra; acoge a su prometida, huye a Egipto, regresa a Israel, y se establece en Nazaret, todo por indicación de Dios. No eran cosas pequeñas las que se le pedían; eran mandatos que le hacían salir de su vida acostumbrada. Surge la pregunta: nosotros, cuando se trata de las decisiones importantes de nuestra vida, ¿escuchamos la voz del Señor, y la ponemos en práctica? O, ¿preferimos confiar más bien en nuestro propio criterio, para estar “seguros”?
Junto con lo dicho, apreciamos el gran sentido de responsabilidad de José. No se encarga sólo de su esposa, sino también del hijo de ella; asume la responsabilidad por un “hecho consumado”, el hijo de María, sin que él haya sido consultado. Es un hombre que se somete de todo corazón a los designios de Dios. Vemos el espíritu de servicio; José no vive para sí, para implementar sus propios proyectos, sino únicamente para facilitar la llegada del Mesías a este mundo, y para protegerlo en los primeros años de su vida, cuando un niño es todavía indefenso. Así este hombre de quien ni siquiera sabemos la fecha aproximada y las circunstancias de su muerte, es, por su servicio, una pieza clave en la historia de la salvación. No es la autorrealización que nos hace personas maduras, sino que es Dios quien nos “realiza”, es decir, nos da nuestra identidad verdadera.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario