La
antífona de hoy reza: Oh llave de David y cetro de la casa de
Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir,
ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombras de
muerte.
La
antífona hace resonar un texto del profenta Isaías: Le pondré
en el hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo
cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un
clavo en sitio firme, dará un trono glorioso a su familia... Te he
defendido y constituido alianza del pueblo para decir a los cautivos:
Salgan; a los que están en tinieblas: Vengan a la luz (Isaías
22,22-23; 49,8-9). Pero también en el Nuevo Testamento, en el libro
del Apocalipsis, tenemos un texto que amplía al anterior: Al
ángel de la Iglesia de Filadelfia escríbele: Esto dice el Santo, el
que dice la verdad, el que tiene la llave de David; el que abre y
nadie puede cerrar, el que cierra y nadie puede abrir: Conozco tus
obras. Mira, te he puesto delante una puerta abierta que nadie puede
cerrar. Aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra y no has
renegado de mí (Apocalipsis 3,7-8).
¡Cuantas
veces nos encontramos con puertas cerradas en nuestra vida! Y eso no
sólo en asuntos pasajeros, donde nos recuperamos pronto. Ocurre
también en búsquedas de largos años que nunca damos en el blanco;
no encontramos lo que buscamos; no tenemos éxito. Al contrario,
sufrimos un fracaso tras otro. Somos como un insecto que busca salir
de la habitación, pero se estrella una y otra vez contra el vidrio
de la ventana. No se da cuenta de que la otra parte de la ventana
está abierta. Así somos a veces nosotros: nos enfrascamos en buscar
una salida, un nuevo horizonte, donde no lo hay.
Lo
peor de todo: creemos que tenemos que solucionar todo por nuestras
propias fuerzas, sin ayuda de nadie. Somos cautivos de nuestra
ignorancia, pero también de nuestro orgullo que no busca otra luz
que la suya propia - que es: ¡tinieblas! En situaciones extremas,
esto puede llevar a la gente al suicidio, una verdadera sombra de
muerte. Nos olvidamos que es Dios quien nos cierra las puertas que no
nos llevan a ninguna parte, hasta que descubramos la puerta que Él
nos mantiene abierta, y donde encontramos los dones que Él ha
preparado para nosotros.
En
esta antífona le suplicamos al Señor que nos libere de nuestra
ignorancia, de nuestras frustraciones y depresiones, de la falta de
sentido en nuestras vidas, y nos saque a la libertad que nos da la
luz de su conocimiento. Le pedimos un corazón ensanchado que pueda
vivir con alegría, para contagiar esta alegría a los demás.
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