Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

13.12.13

Santa Odilia


Santa Odilia
En la Congregación Benedictina de Santa Otilia celebramos hoy la solemnidad de nuestra patrona. Por eso publico en este blog la segunda lectura del oficio de vigilias, que es una meditación sobre la Santa y sobre nuestra espiritualidad benedictino-misionera.
Cuando en el año 1887 la recién fundada asociación benedictino-misionera se estableció en Emming, la capilla de Sta. Otilia, que allí se levantaba, no sólo le prestó el nombre, sino que también le indicó el camino de su futura misión. El lema de la Congregación “LUMEN CAECIS” (luz para los ciegos), tomado prestado del himno mariano “Ave Maris Stella”, encuentra en la vida y en el ejemplo de esta santa su primera y clara confirmación.
Odilia (“la pequeña joya”) nació alrededor del año 660 y murió en el año 720. Los monasterios de Odilienberg y de Niedermünster en Alsacia le atribuyen su fundación. Su detallada biografía, que data del siglo X, contiene rasgos marcadamente legendarios.
Cuenta la leyenda que Odilia nació ciega y que por esta razón fue repudiada por su padre. Una criada, que se hizo cargo de la criatura, la llevó a un monasterio, considerando que éste era un escondite seguro para la pequeña. En dicho lugar, mientras era bautizada, Odilia recibió el don de la vista.
Si nos preguntamos ahora por el verdadero trasfondo de esta tradición, nos encontramos en primer lugar con la razón de ser de la ceguera, la cual no se refiere únicamente a la falta de visión corporal, sino también y de manera general a la condición misma del hombre, motivada por el mal, la enfermedad y el pecado. Ciego es todo aquel que manifiesta una relación perturbada con la verdad y la realidad de su vida, de su corazón y de las cosas creadas. La mirada del ciego sólo se fija en lo superficial, en lo aparencial. No es capaz de penetrar en la realidad de Dios, como centro de todo y de cada individuo en particular. En este sentido, es sobre todo la falta de fe o una fe debilitada lo que hace ciego al hombre. Significativos representantes de esta situación son todos aquellos ciegos a los que Jesús, según nos refieren los Evangelios, curó. En ellos se evidencia al mismo tiempo cómo el estado de necesidad causado por la ceguera los ha preparado para la recepción de la luz.
Con relación a la luz, nos encontramos con otro impulso importante que emana de la figura de Santa Odilia. La imagen de la luz hace referencia a uno de esos símbolos primordiales mediante los cuales el Señor mismo describe su misterio. Como “Luz del mundo”, Jesús es aquel que hace brillar la verdad de Dios, del amor y de la vida, aquel que trae el mensaje de la luz al mundo y obliga a este último a tomar una decisión. Quien se acerca a Él se acerca al fuego y recibe del Espíritu unos “ojos del corazón” iluminados. Con la luz, que es Jesucristo y de la cual Él mismo es el portador, se le concede al creyente una nueva visión, una nueva manera de ver, que le capacita para un conocimiento más profundo de la realidad. La fe otorga al hombre unos ojos nuevos, enseñándole a contemplar toda su existencia, así como a las personas y a las cosas, desde una luz distinta de la habitual. Esta cualidad la recibe el hombre de Dios mismo, el cual es Luz por esencia. Quien tiene que vérselas con Él es trasladado en cierto modo desde las tinieblas a la luz. Siempre que de esta manera los ojos llegan a abrirse y a ver, tiene lugar la Pascua, acontece la conversión y la resurrección. A los ojos que ven se les abren las puertas que conducen a la vida.
La leyenda de Santa Odilia relaciona este acontecimiento de la antigua tradición cristiana con el Bautismo como Iluminacion. Lo cual quiere decir que en el Bautismo se nos otorgan los ojos pascuales de la fe, mediante los cuales podemos contemplar a Dios en el hombre y al hombre en Dios.
Est energía pascual de unos ojos iluminados por la fe nos empuja a llevar el mensaje de la luz a todos aquellos que yacen en tinieblas y en sombras de muerte.

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