Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

24.2.14

La Otra Mejilla


Mártires Benedictinos de la Abadía
de Tokwon, Corea del Norte
Escuchemos el evangelio de este domingo, 23 de febrero:
Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Pues yo les digo que no opongan resistencia al que les hace el mal. Antes bien, si uno te da una bofetada en tu mejilla derecha, ofrécele también la otra. Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica déjale también el manto. Si uno te obliga a caminar mil pasos, haz con él dos mil. Da a quien te pide y al que te solicite dinero prestado no lo esquives.
Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo les digo: Amen a sus enemigos, oren por sus perseguidores. Así serán hijos de su Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Si ustedes aman sólo a quienes los aman, ¿qué premio merecen? También hacen lo mismo los recaudadores de impuestos. Si saludan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? También hacen lo mismo los paganos. Por tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el cielo (Mateo 5,38-48).
Para ser honesto, yo quisiera hablar de un texto más fácil, más agradable, de algo que se pudiera considerar "evangelio" - buena noticia. Supongo que muchos sentimos una aversión a este texto porque, en fin, es bueno ser cristiano, pero ¡tampoco hay que ser tonto! ¿Dónde está aquí la buena noticia? Sin embargo, recordemos que, para nosotros, la gloria de la resurrección pasa por la ignominia de la cruz. Veamos entonces este texto no tanto como un mandato, sino como una orientación, un camino que puede conducirnos a la paz.
Quizá nos ayuda no ponernos en el papel de la victima, sino en el del victimario: ¿Qué buscamos cuando le damos una bofetada a alguien, cuando lo tratamos con violencia? Le queremos imponer nuestra voluntad, nuestros criterios. Queremos asustarlo para que deje de llevarnos la contraria. Cuando hayamos logrado esto, nos sentimos "tranquilos", al menos por fuera. Ahora bien, si en semejante situación el otro nos responde también con violencia, entramos en una espiral de violencia, buscando gente que nos apoya y defiende, alianzas, etc. hasta llegar a una situación como la hay entre el estado judío y los palestinos - un ir y venir de ataques, contra ataques y venganzas de nunca acabar.
Pero, si el otro a quien queremos someter no se asusta de nuestras amenazas ni responde a nuestra violencia con la misma moneda, quedamos por un momento desorientados. Podemos aumentar la violencia, incluso matarlo. Pero no logramos nuestro propósito. Porque sabemos instintivamente que se puede matar sólo una persona, pero no sus palabras, sus ideas y valores. Podemos matarlo, pero no quebrarlo. La reacción del otro nos quita el disfraz del fuerte, del que tiene la razón, nos enfrenta con lo que somos en verdad. Nos pone un espejo por delante. En la espiral de violencia actuamos en gran parte de manera inconciente. Es nuestro ego que quiere imponerse de manera espontánea. Pero el otro, cuando no responde con la misma espontaneidad, según las mismas "reglas de juego", estamos frente a otra fuerza. Nos damos cuenta de que la violencia es el lenguaje del débil, del que no tiene la razón - en fin, el lenguaje del ego. El no violento actúa en nombre de otros valores, más altos, en nombre de Dios.
Esto nos permite ahora regresar a la perspectiva de la víctima, del que no devuelve la bofetada sino que presenta la otra mejilla. El no violento no defiende los intereses de su ego ni los de su grupo. Él representa valores mayores que transcienden a su persona, y que duran más que la vida de él. En último termino, lo más duradero es el Reino de Dios. Nuestra no violencia es una expresión de fe, de confianza de que este Reino vendrá, aunque no lo veamos durante nuestra vida. La esperanza de su llegada nos da la fuerza de actuar en sintonía con la voluntad de Dios.
Esta actitud de no violencia no es algo que tenemos o no; es un camino. A medida que nos adentramos en el misterio de Cristo, de su muerte y resurrección, crece en nosotros esta fuerza que nos capacita para la no violencia. Porque "ya no vivimos para nosotros mismos, sino para Él que por nosotros murió y resucitó", como dice una plegaria eucarística. Es necesario no sólo rezar rezos, sino configurarnos a la mente de Cristo que se entregó por completo en las manos del Padre. En nuestra relación con Dios, tarde o temprano debemos llegar a este punto donde decimos con todo corazón y con toda consciencia "hágase tu voluntad", "en tus manos encomiendo mi espíritu". Si nos ponemos en las manos de Dios sabemos que todo está bajo su control; y podemos confiar que todo saldrá de lo mejor, no sólo para nuestra persona, sino para todos. No nos olvidemos: el que siembra no es necesariamente el mismo que cosecha. Quizá, a veces sólo nos toca sembrar.
He incluido una imagen de nuestros mártires benedictinos de la Abadía de Tokwon, en Corea del Norte. Esta abadía fue suprimida por el régimen comunista en mayo de 1949, y sus monjes internados en un campo de concentración, otros asesinados. La abadía ya no existe. ¡Pero existen sus frutos! Me explico: Cuando los comunistas suprimieron la abadía, según su mentalidad "liberaron" a los Hermanos coreanos del régimen opresor de los sacerdotes y misioneros extanjeros. Les dijeron que se fueran a sus casas. Pero los Hermanos se fueron al sur, donde volvieron a congregarse. Con la ayuda de otros misioneros, llegados de Europa, fundaron un nuevo monasterio que hoy es al más grande de toda Asia: ¡más de 130 monjes! Y los sobrevivientes del campo de concentración, después de su liberación, se vieron con la sorpresa de que sus antiguos vigilantes y policías ahora tenían que atenderles con toda deferencia - por orden del gobierno. Les sorprendió el trato amable y el perdón de los misioneros, hasta tal punto que uno de estos policías pidió el bautismo. "Si el grano de trigo no muere..."

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