Mártires Benedictinos de la
Abadía
de Tokwon, Corea del Norte
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Ustedes
han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Pues yo les
digo que no opongan resistencia al que les hace el mal. Antes bien,
si uno te da una bofetada en tu mejilla derecha, ofrécele también
la otra. Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica déjale
también el manto. Si uno te obliga a caminar mil pasos, haz con él
dos mil. Da a quien te pide y al que te solicite dinero prestado no
lo esquives.
Ustedes
han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
Pues yo les digo: Amen a sus enemigos, oren por sus perseguidores.
Así serán hijos de su Padre del cielo, que hace salir su sol sobre
malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Si ustedes aman
sólo a quienes los aman, ¿qué premio merecen? También hacen lo
mismo los recaudadores de impuestos. Si saludan sólo a sus hermanos,
¿qué hacen de extraordinario? También hacen lo mismo los paganos.
Por tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que
está en el cielo (Mateo 5,38-48).
Para
ser honesto, yo quisiera hablar de un texto más fácil, más
agradable, de algo que se pudiera considerar "evangelio" -
buena noticia. Supongo que muchos sentimos una aversión a este texto
porque, en fin, es bueno ser cristiano, pero ¡tampoco hay que ser
tonto! ¿Dónde está aquí la buena noticia? Sin embargo, recordemos
que, para nosotros, la gloria de la resurrección pasa por la
ignominia de la cruz. Veamos entonces este texto no tanto como un
mandato, sino como una orientación, un camino que puede conducirnos
a la paz.
Quizá
nos ayuda no ponernos en el papel de la victima, sino en el del
victimario: ¿Qué buscamos cuando le damos una bofetada a alguien,
cuando lo tratamos con violencia? Le queremos imponer nuestra
voluntad, nuestros criterios. Queremos asustarlo para que deje de
llevarnos la contraria. Cuando hayamos logrado esto, nos sentimos
"tranquilos", al menos por fuera. Ahora bien, si en
semejante situación el otro nos responde también con violencia,
entramos en una espiral de violencia, buscando gente que nos apoya y
defiende, alianzas, etc. hasta llegar a una situación como la hay
entre el estado judío y los palestinos - un ir y venir de ataques,
contra ataques y venganzas de nunca acabar.
Pero,
si el otro a quien queremos someter no se asusta de nuestras amenazas
ni responde a nuestra violencia con la misma moneda, quedamos por un
momento desorientados. Podemos aumentar la violencia, incluso
matarlo. Pero no logramos nuestro propósito. Porque sabemos
instintivamente que se puede matar sólo una persona, pero no sus
palabras, sus ideas y valores. Podemos matarlo, pero no quebrarlo. La
reacción del otro nos quita el disfraz del fuerte, del que tiene la
razón, nos enfrenta con lo que somos en verdad. Nos pone un espejo
por delante. En la espiral de violencia actuamos en gran parte de
manera inconciente. Es nuestro ego que quiere imponerse de manera
espontánea. Pero el otro, cuando no responde con la misma
espontaneidad, según las mismas "reglas de juego", estamos
frente a otra fuerza. Nos damos cuenta de que la violencia es el
lenguaje del débil, del que no tiene la razón - en fin, el lenguaje
del ego. El no violento actúa en nombre de otros valores, más
altos, en nombre de Dios.
Esto
nos permite ahora regresar a la perspectiva de la víctima, del que
no devuelve la bofetada sino que presenta la otra mejilla. El no
violento no defiende los intereses de su ego ni los de su grupo. Él
representa valores mayores que transcienden a su persona, y que duran
más que la vida de él. En último termino, lo más duradero es el
Reino de Dios. Nuestra no violencia es una expresión de fe, de
confianza de que este Reino vendrá, aunque no lo veamos durante
nuestra vida. La esperanza de su llegada nos da la fuerza de actuar
en sintonía con la voluntad de Dios.
Esta
actitud de no violencia no es algo que tenemos o no; es un camino. A
medida que nos adentramos en el misterio de Cristo, de su muerte y
resurrección, crece en nosotros esta fuerza que nos capacita para la
no violencia. Porque "ya no vivimos para nosotros mismos, sino
para Él que por nosotros murió y resucitó", como dice una
plegaria eucarística. Es necesario no sólo rezar rezos, sino
configurarnos a la mente de Cristo que se entregó por completo en
las manos del Padre. En nuestra relación con Dios, tarde o temprano
debemos llegar a este punto donde decimos con todo corazón y con
toda consciencia "hágase tu voluntad", "en tus manos
encomiendo mi espíritu". Si nos ponemos en las manos de Dios
sabemos que todo está bajo su control; y podemos confiar que todo
saldrá de lo mejor, no sólo para nuestra persona, sino para todos.
No nos olvidemos: el que siembra no es necesariamente el mismo que
cosecha. Quizá, a veces sólo nos toca sembrar.
He incluido una imagen de nuestros mártires
benedictinos de la Abadía de Tokwon, en Corea del Norte. Esta abadía
fue suprimida por el régimen comunista en mayo de 1949, y sus monjes
internados en un campo de concentración, otros asesinados. La abadía
ya no existe. ¡Pero existen sus frutos! Me explico: Cuando los
comunistas suprimieron la abadía, según su mentalidad "liberaron"
a los Hermanos coreanos del régimen opresor de los sacerdotes y
misioneros extanjeros. Les dijeron que se fueran a sus casas. Pero
los Hermanos se fueron al sur, donde volvieron a congregarse. Con la
ayuda de otros misioneros, llegados de Europa, fundaron un nuevo
monasterio que hoy es al más grande de toda Asia: ¡más de 130
monjes! Y los sobrevivientes del campo de concentración, después de
su liberación, se vieron con la sorpresa de que sus antiguos
vigilantes y policías ahora tenían que atenderles con toda
deferencia - por orden del gobierno. Les sorprendió el trato amable
y el perdón de los misioneros, hasta tal punto que uno de estos
policías pidió el bautismo. "Si el grano de trigo no muere..."
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