Lo siguiente es la
Conferencia
en el Encuentro Navideño de Extensión Contemplativa Venezuela,
Valencia, 28 de Noviembre de 2015:
Al final del año litúrgico, y al comienzo del
nuevo, la iglesia dirige nuestra mirada no tanto hacia el fin del
mundo, sino hacia la venida de Cristo. Ésta es un proceso largo. Al
final de los tiempos será gloriosa. Para unos, será un tiempo de
susto, para otros de liberación, como nos dice el evangelio de
Lucas: Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas. En la
tierra se angustiarán los pueblos, desconcertados por el estruendo
del mar y del oleaje. Los hombres desfallecerán de miedo, aguardando
lo que le va a suceder al mundo; porque hasta las fuerzas del
universo se tambalearán. Entonces verán al Hijo del Hombre que
llega en una nube con gran poder y gloria. Cuando comience
a suceder todo eso, enderécense y levanten la cabeza, porque ha
llegado el día de su liberación...
(Lucas 21,25-28).
Jesús
había hablado de guerras, revoluciones, epidemias, hambrunas y
persecuciones. Al final, habrá un caos completo; no habrá por dónde
agarrarse. No hay que hablar mucho de esto: vemos que los comienzos
de esto ocurren en nuestro propio país, y sufrimos por la situación.
Y, peor que la debacle económica, es la descomposición moral.
Si
miramos lo que pasa a nivel mundial, especialmente en el Oriente
Medio, la cosa es peor todavía. Uno se pregunta cómo es posible que
seres humanos pueden hacer todo esto, y cómo otros seres humanos
pueden sufrir tanto.
Aunque
estas noticias se precipitan y nos inquietan, si miramos dentro de
nosotros mismos, la cosa no está mejor. También nosotros, a veces
al menos, estamos interiormente en guerra. El ego quiere desviarnos
por todos los medios a su alcance de nuestra relación con Dios. - No
es necesario enumerar
los males que estamos
sufriendo.
Están a la vista de todos. Para
nosotros es más conveniente no quedarnos en la superficie, sino
tratar de ahondar en las posibles causas, para poder hacer algo al
respecto.
San Pablo nos lo indica: No
estamos luchando contra seres de carne y hueso, sino contra las
autoridades, contra las potestades,
contra los soberanos de estas tinieblas, contra las fuerzas
espirituales del mal
(Efesios
6,12).
En
medio de esta situación desesperada, Jesús nos dice que nada de
esto es para deprimirse. Al contrario, cuando ocurran estas cosas,
que nos pongamos de pie y que levantemos la cabeza - como gente
confiada - porque es precisamente ahora cuando se acerca nuestra
liberación. Como dice San Pablo: Entonces
se revelará el Impío, al que destruirá el Señor Jesús con el
aliento de su boca y anulará con la manifestación de su venida (2
Tesalonicenses 2,8).
Antes de seguir hablando de la venida de Cristo,
remontémonos un poco a nuestra condición humana, y cómo Dios
comenzó a manifestarse para salvarnos.
El pecado de Adán y Eva describe el proceso de
nuestro alejamiento de Dios: Dios vio que todo era bueno, pero ellos
creían saberlo mejor. Eva comió del árbol del conocimiento del
bien y del mal. Y le dio también a Adán. Como que a uno no le gusta
estar solo con su pecado, le tienta al otro, para arrastrarlo también
al pecado. Y vieron que estaban desnudos, sin protección. El pecado
no crea comunidad, sino desconfianza; uno quiere esconderse. Incluso
los que, hoy en día "salen del escaparate", lo hacen para
esconderse en una multitud.
Después se culpa de todo a otros: Adán culpa a
Eva e, indirectamente, a Dios a quien se le había ocurrido darle
esta mujer, y Eva culpa a la serpiente. Pero Dios condena a los tres,
recordándoles de esta manera que cada uno tiene su responsabilidad.
La consecuencia de esta falta de asumir su responsabilidad es la
pérdida del paraíso, de la felicidad. Es ésta una descripción muy
acertada de lo que pasa cuando pecamos.
En los capítulos 4 al 11 del libro del Génesis
leemos sobre los intentos vanos de recuperar la felicidad:
Caín asesina a su hermano Abel: la relación
enferma hasta la muerte entre los hermanos. Se elimina al que no
conviene a mis intereses. Hoy en día: asesinatos, genocidio,
abortos, "muerte asistida" para ancianos.
Después leemos de Lamec (4,24) que establece la
ley de la venganza ilimitada (70 veces 7). Para eso, basta ver lo
que pasa entre Israel y los Palestinos. Cristo, en cambio, propone
en Mateo (18,22) el perdón ilimitado (70 veces 7).
En 6,1-4 se nos habla de la relación
distorsionada entre hombre y mujer: Cuando los hombres se fueron
multiplicando sobre la tierra y engendraron hijas, los hijos
de Dios vieron que las hijas del hombre eran bellas, escogieron
algunas como esposas y se las llevaron. Los poderosos se
aprovechan de los débiles.
En Génesis 7-8 se nos habla de la
despreocupación y falta de vigilancia: La llegada del Hijo del
Hombre será como en tiempos de Noé: en días anteriores al diluvio
la gente comía y bebía y se casaban, hasta que Noé se metió en
el arca. Y ellos no se enteraron hasta que vino el diluvio y se los
llevó a todos. Así será la llegada del Hijo del Hombre (Mateo
24,37-39). Noé quien había escuchado la voz de Dios y se había
hecho un refugio se salvó. Los demás perecieron en el caos. Hoy en
día tenemos toda una industria dedicada a mantenernos en una vida
superficial.
En Génesis 9,18-27 leemos de la relación
enferma de Cam (Canaán) con su padre Noé. El hijo falta el respeto
a su padre.
Seguimos
leyendo de la relación
enferma entre naciones
y la
fundación de imperios:
Nubia engendró a Nemrod,
el primer soldado del mundo; fue, según el Señor, un intrépido
cazador...
Las capitales de su reino fueron Babel, etc.
(Génesis 10,8-12).
Al
fin, los hombres buscan la
unión por sí mismos. En un
proyecto megalómano intentan construir la torre
de Babel (Génesis
11,1-9). Es quizá el primer
intento de la globalización. Pero
se dispersan irremediablemente.
De nuevo, tenemos una competencia por construir las torres más
altas. Ya está en construcción una que tendrá una altura de ¡un
kilómetro!
En
medio de esta nuestra
condición humana, Dios toma
la iniciativa y entra
en la historia: Dios
dijo a Abrahán: Sal de tu tierra nativa y de la casa
de tu padre, a la tierra que te mostraré...
En tu nombre se bendecirán todas
las familias del mundo (Génesis
12,1.3).
Éste fue el comienzo de la revelación de Dios, que llegaría
a su plenitud en Jesús de Nazaret.
En
tiempos de Jesús se esperaba un Mesías poderoso. Como hoy esperamos
un cambio de gobierno. Creemos que los problemas se pueden resolver
desde el poder. Sin embargo, con tantos cambios de poder que
conocemos, ya intuimos que la solución no va por ahí. Los "mesías"
que quieren resolver los problemas desde el poder invocan para ello
lo que llaman su dios. Y, como ese dios es una creación de ellos
mismos, se ven obligados a defenderlo. El fundamentalismo religioso
termina en violencia, y toda guerra es, en el fondo, una guerra
religiosa. Eso lleva a la espiral de violencia; es la
autodestrucción, simbolizada quizá en su expresión extrema en los
comandos suicidas. Estos son también víctimas de los que les lavan
el cerebro y los utilizan para imponer sus intereses personales o de
grupo.
En medio
de esta situación desesperada y sin salida aparece Jesús, el ¡Dios
hecho hombre! Eso trastorna todas nuestras ideas sobre Dios. Juan lo
deja claro: Nadie ha visto jamás a Dios (es como si dijera:
así que ¡déjense de inventar cosas!); el Hijo único, Dios, que
estaba al lado del Padre: Él nos lo dio a conocer
(Juan 1,18).
Jesús es,
como dice San Pablo, la imagen de Dios Padre (eicon en griego; de
allí nuestra palabra ícono): Él es imagen del Dios invisible...
En él decidió Dios que residiera la plenitud; por medio de él
quiso reconciliar consigo todo lo que existe, restableciendo la paz
por la sangre de la cruz tanto entre las criaturas de la tierra como
en las del cielo. (Colosenses 1,15.19-20). En computación usamos
los íconos. ¿Para qué son los íconos? Pues, en el computador
tengo un programa o una página web. Pero no la veo; no tengo acceso
a esta información. Sin embargo, un ícono me guía. Cuando lo toco,
se me abre todo un mundo de información. Sin el ícono no tengo
información; sólo puedo imaginarme cosas que, por supuesto, no son.
De manera semejante - y hago énfasis en lo de semejante, porque no
es igual - cuando entro en relación con Jesús, tengo acceso al
Padre, a toda la riqueza de su amor y gracia. Para ver a Dios en
Jesús necesitamos ojos abiertos, contemplativos, y humildad. Debemos
dejar atrás nuestras ideas sobre Dios, para poder ver el alcance de
lo que significa que Dios se hizo hombre, igual a nosotros, menos en
el pecado.
Lo primero
es la extrema precariedad de la vida de Jesús. De la concepción
hasta la muerte. ¡Cuántas mujeres tienen una pérdida involuntaria
del embarazo! Dios se expuso a esto. ¡Cuántos problemas puede haber
en un parto, con el cordón umbilical estrangulando al bebé para
dejarlo minusválido! Dios se expuso a este riesgo. ¡A cuántos
bebés se les muere la madre en el parto o a temprana edad, con las
consecuencias de traumas sicológicos! Dios arriesgó esto. No
encontraron dónde dar a luz, sino en un establo. Ya de chiquito fue
perseguido y tuvo que huir al extranjero. Después: tantos peligros
que se presentan a lo largo de la vida de una persona. Hasta tenemos
el dicho: "para morir, lo que hace falta es estar vivo".
Durante su ministerio es rechazado, calumniado, descalificado,
perseguido y, al final, ajusticiado de la manera más humillante.
Como dice el P. Thomas Keating en una ocasión: Dios como que se bota
a sí mismo. ¿Éste es nuestro Dios? Sí, éste, y ningún otro, es
nuestro Dios!
Esta
precariedad y
debilidad hacen
posibles
la misericordia y el amor hasta el extremo.
En Dios no hay ninguna amenaza. No sólo tiene amor; ¡ÉL ES AMOR!
Por Jesús, el ícono del Padre, tenemos acceso al trono de
misericordia. Por él somos libres
de temor.
Esto no significa que no tengamos temor, sino que éste ya no nos
domina. Esta libertad nos permite servirle
a Dios en santidad y justicia
(Cántico
del Benedictus). Ya nadie podrá manipularnos en nuestros tres
centros de energía, de nuestro deseo de seguridad, de afecto y de
control. Así estaremos arrancados
de la mano de nuestros
enemigos.
No podrán dominarnos más. Si Dios está con nosotros,
¿quién podrá estar contra nosotros?
Dice
también el evangelio: Presten atención, no se dejen
aturdir con el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida,
para que aquel día no los sorprenda de repente, porque caerá como
una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. Estén despiertos
y oren incesantemente, pidiendo poder escapar de cuanto va a suceder,
así podrán presentarse seguros ante el Hijo del Hombre
(Lucas 21,34-36).
Al antiguo enemigo no le gusta nuestra salvación. Como ya
está hecha, intenta por todos los medios desviar nuestra atención
de Jesús. Y lo hace con el método que él domina, la confusión:
Dios se ha regalado a nosotros; por lo tanto: ¡hay que regalar! Así,
la navidad se ha convertido en una temporada de estar, como Marta de
Betania, con muchos afanes, olvidándonos de lo único necesario,
estar, como María, con Jesús y escucharlo.
Aparte
de una digna celebración de la navidad, tenemos también una tarea:
permitirle a Dios que siga haciéndose presente en este mundo. Porque
Jesús dijo que estará con nosotros hasta el fin del mundo. El
místico alemán Angelus Silesius
(1624-1677) nos exhorta diciendo en una ocasión: aunque
Cristo haya nacido mil veces en Belén, si no nace en tu corazón,
habrá nacido en vano. Y San Beda
el Venerable (672-735), en su homilía sobre la Anunciación,
nos indica el camino: sugiere al monje que sea un siervo del Señor,
como María es “esclava del Señor”, o sea, que busque hacer
siempre la voluntad del Señor. Esto no se refiere sólo al monje,
sino a todo cristiano; no sólo a las mujeres, sino también a los
hombres. Lo estamos conociendo por la práctica de la oración
centrante: cuanto más dejo atrás mi propia voluntad, tanto más
Dios se puede manifestar en mí, y a través de mí a los demás.
Todo
esto es un proceso largo, de siglos. Estamos tentados de preguntar:
"¿Hasta cuándo,
Señor?" - la
misma pregunta que oímos en el Apocalipsis. Y la respuesta es clara:
Cuando abrió el quinto sello, vi con vida debajo del altar a los
que habían sido asesinados por la Palabra de Dios y por el
testimonio que habían dado. Gritaban con voz potente: Señor santo y
verdadero, ¿cuándo juzgarás a los habitantes de la tierra y
vengarás nuestra sangre? Entonces les dieron a cada uno una
vestidura blanca y les dijeron que esperaran todavía un poco, hasta
que se completase el número de sus hermanos que, en el servicio de
Cristo, iban a ser asesinados como ellos (Apocalipsis 6,9-11).
Necesitamos paciencia, y renunciar al deseo de ver los frutos de
nuestros esfuerzos. El Reino es de Dios, no de nosotros.
Quisiera
recordar una cosa: no somos masa, sino fermento. Es decir, nunca
seremos muchos, ni mucho menos mayoría, sino siempre unos pocos.
Como tales nos tildarán de "políticamente incorrectos".
Cada uno tiene su responsabilidad. No se esperan de nosotros grandes
obras y proyectos, sino la fidelidad en el momento y lugar en que
vivimos. En este contexto, nuestra oración puede ser: "Señor,
renueva nuestro país y nuestra iglesia; ¡y comienza conmigo!"
Termino
con las palabras de San Pablo: Reconozcan
el momento en que viven, que ya es hora de despertar del sueño:
ahora la salvación está más cerca que cuando abrazamos la fe. La
noche está avanzada, el día se acerca: abandonemos las acciones
tenebrosas y vistámonos con la armadura de la luz
(Romanos 13,11-12). Si
seguimos fieles a nuestra práctica, la venida gloriosa del Señor
será un tiempo de liberación y de júbilo para nosotros. Porque
veremos cara a cara al que siempre veíamos en la fe.