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En el fondo, lo sabemos: Dios no quiere menos que TODO. Entregarnos a
Él no nos permite mantener puertas de escape abiertas. No nos
permite una relación superficial, para "quedarnos bien",
pero sin que toque nuestros intereses. Hablé de eso en la entrada
anterior.
Es una reacción normal: no queremos
morir; ¡queremos vivir!
También Jesús ha pasado por esta angustia: Durante su
vida mortal dirigió peticiones y súplicas, con clamores y lágrimas,
al que podía librarlo de la muerte (Hebreos,
5,7). Se
arrodilló y oraba:
Padre, si quieres, aparta de mí esta copa. Pero
no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Se le apareció un ángel del
cielo que le dio fuerzas.
(Lucas
22,43-44).
Sólo Lucas habla del
ángel del cielo que le
dio fuerzas. Me pregunto
qué experiencia está detrás de esta expresión.
Recordemos: Cristo no vino a hacer su voluntad sino la del que lo
envió. Como hombre tenía su preferencias, sus gustos, su deseo de
vivir. Pero se entregó totalmente, sin reservas, al cumplimiento de
la voluntad de su Padre. Una vez que había decidido esto, le entró
fuerza. Todos tenemos esta experiencia: le damos vueltas a un asunto,
nos sentimos como paralizados, no podemos hacer nada. Pero una vez
que hemos tomado la decisión, podemos concentrarnos con todas
nuestras fuerzas en la consecución de nuestro objetivo. Ya no hay
marcha atrás, sólo paso hacia adelante; ya no quedan puertas de
escape abiertas. Hemos "quemado las naves". Hasta aquí,
nuestra experiencia humana.
Pero, además, el ángel apunta a la presencia de Dios. Al consentir
SU acción en nosotros, Él toma las riendas. Aunque parece que todo
está perdido, es ahora cuando todo está ganado. La misma decisión
tomada, y la confianza en Dios, nos dan esta fortaleza que, aunque la
gente nos victimiza, no logra convertirnos en víctimas. La actitud
soberana de Jesús sorprende a sus jueces, a los que están
crucificados con Él, y al centurión romano.
En
este contexto podemos leer también una expresión de San Pablo:
¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Tribulación,
angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada?... En
todas esas circunstancias vencemos fácilmente
gracias al que nos amó. Estoy seguro que ni muerte ni vida, ni
ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, ni poderes ni altura
ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8,35-39).
"Fácilmente":
Si nos fijamos en lo que dejamos atrás, es muy difícil. Pero si
miramos hacia adelante, se hace fácil. Lo que no significa que no
sea un sufrimiento. El que tiene un 'por qué', es capaz de
aguantar casi cualquier 'cómo' decía Viktor Frankl quien debía
saberlo porque había pasado por los horrores de los campos de
concentración.
Para ser seguidores de Cristo, no sólo de palabra y costumbre, sino
de verdad, la carta a los Hebreos nos da un consejo: Por
lo tanto, nosotros, rodeados de una nube tan densa de testigos,
desprendámonos de cualquier carga y del pecado que nos acorrala;
corramos con constancia la carrera que nos espera, fijos
los ojos en el que inició y consumó la fe, en Jesús.
El cual, por la dicha que le esperaba, sufrió la cruz, despreció la
humillación y se ha sentado a la derecha del trono de Dios. Piensen
en aquel que soportó tal oposición por parte de los pecadores, y no
se desalentarán. Todavía no han tenido que resistir hasta derramar
la sangre en su lucha contra el pecado
(Hebreos 12,1-4).
Si
queremos aprovechar la adoración al Santísimo el Jueves Santo, ¿por
qué no reflexionamos sobre lo que nos tiene atados o paralizados?
¿Qué mantiene nuestra vida cristiana tan estéril? ¿A qué tenemos
miedo? ¿Qué es lo que no queremos perder? ¿Cuál es la puerta de
escape que nos mantenemos abierta? Trata de contestar estas preguntas
con honestidad frente al Santísimo. Consiente a la presencia y
acción de Dios en tu vida. Una vez que hayas aceptado la voluntad de
Dios sentirás paz, una paz tan profunda que nada ni nadie te podrá
robar.
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