Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

23.3.16

Semana ¿Santa?

Hemos llegado a la Semana Mayor, la semana cuando celebramos el misterio de mayor importancia de nuestra vida, y cuando hacemos el mayor empeño por distraernos de lo que realmente significa para nosotros. La liturgia, sobria como siempre, nos invita a celebrar a Cristo: muerto en una cruz y resucitado. Pero, desde los comienzos del cristianismo, esto nos parece un escándalo y una locura. Por eso se han inventado una serie de adornos a las celebraciones litúrgicas que, con el tiempo, captan tanto nuestra atención que se nos olvida lo esencial. Por más que los llamemos "demostraciones de nuestra fe", se han convertido en "opio del pueblo" que reduce nuestra práctica cristiana a una rutina inofensiva. No cambia a nosotros ni al mundo.
Ya en los años de 1940, el escritor inglés C. S. Lewis escribió un librito titulado "Instrucciones para un diablo subalterno". Éste tiene el encargo de tentar a un hombre, para que se aleje de Dios. La "tragedia" ocurre cuando este hombre comienza a orar. Entonces el diablo subalterno recibe las siguientes instrucciones: Tienes que mantenerlo rezando a su imagen, a la cosa hecha por él, no a la persona que lo ha creado a él. Incluso puedes animarlo a darle mucha importancia de corregir y mejorar su objeto, a mantenerlo continuamente en su mente durante todo el tiempo de oración. C. S. Lewis, Screwtape Letters (Instrucciones a un diablo subalterno) cap. 4. No he encontrado un texto que pusiera los puntos sobre las íes de manera más clara.
Comenzamos el domingo de ramos. Llama la atención que este domingo, y toda la semana santa, mucha más gente va a la iglesia que en otros domingos. Es por las palmeras. Y ¿el encuentro con Cristo en la comunión?
El miércoles santo muchos se visten de nazareno. Eso no es peligroso. En otros países basta con que uno sea cristiano para que lo maten cruelmente.
El jueves santo hay adoración al Santísimo. ¿Sabemos hacerlo en silencio, para que podamos escuchar la voz del Señor? ¿Lo acompañamos en su entrega a la voluntad del Padre, haciendo nuestra propia entrega?
El viernes santo, ¿tenemos que aliviar lo horrible que es la cruz de Cristo con el espectáculo de un vía crucis viviente?
¿Por qué la tradición de solamente siete palabras cuando en la Pasión de Cristo se encuentra mucha más riqueza?
Y ¿las procesiones? ¿Nos olvidamos que los discípulos huyeron y dejaron a Jesús solo? ¿No queremos ver y reconocer que, muchas veces, también nosotros cerramos los ojos o evitamos situaciones que nos exigen una postura clara?
¿De qué nos sirve el agua bendita cuando no nos preparamos para renovar nuestras promesas bautismales de todo corazón?
Y como no hemos pasado por la angustia de la muerte, no sabemos qué hacer el domingo de resurrección. Con la quema de Judas volvemos a caer en la arrogancia del fariseo que desprecia al pecador.
Dejemos tantas actividades y volvamos al silencio, a la soledad. Es allí donde nos habla Dios. Entonces experimentaremos la sobriedad de la liturgia como muy enriquecedora. No se trata sólo de celebrar, sino de dejarse transformar.

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