Hemos
llegado a la Semana Mayor, la semana cuando celebramos el misterio de
mayor importancia de nuestra vida, y cuando hacemos el mayor empeño
por distraernos de lo que realmente significa para nosotros. La
liturgia, sobria como siempre, nos invita a celebrar a Cristo:
muerto en una cruz y resucitado. Pero, desde los comienzos del
cristianismo, esto nos parece un escándalo y una locura. Por eso se
han inventado una serie de adornos a las celebraciones litúrgicas
que, con el tiempo, captan tanto nuestra atención que se nos olvida
lo esencial. Por más que los llamemos "demostraciones de
nuestra fe", se han convertido en "opio del pueblo"
que reduce nuestra práctica cristiana a una rutina inofensiva.
No cambia a nosotros ni al mundo.
Ya
en los años de 1940, el escritor inglés C. S. Lewis escribió un
librito titulado "Instrucciones para un diablo subalterno".
Éste tiene el encargo de tentar a un hombre, para que se aleje de
Dios. La "tragedia" ocurre cuando este hombre comienza a
orar. Entonces el diablo subalterno recibe las siguientes
instrucciones: Tienes
que mantenerlo rezando a su imagen, a la cosa hecha por él, no a la
persona que lo ha creado a él. Incluso puedes animarlo a darle mucha
importancia de corregir y mejorar su objeto, a mantenerlo
continuamente en su mente durante todo el tiempo de oración.
C. S. Lewis, Screwtape Letters (Instrucciones a un diablo subalterno)
cap. 4.
No he encontrado un texto que pusiera los puntos sobre las íes de
manera más clara.
Comenzamos
el domingo de ramos. Llama la atención que este domingo, y
toda la semana santa, mucha
más gente va a
la iglesia
que en otros domingos. Es por las
palmeras.
Y ¿el encuentro con Cristo en la comunión?
El
miércoles santo
muchos
se visten de
nazareno.
Eso no es peligroso. En otros países basta con
que
uno sea cristiano para que lo maten cruelmente.
El
jueves santo hay adoración al Santísimo. ¿Sabemos hacerlo en
silencio, para que podamos escuchar la voz del Señor? ¿Lo
acompañamos en su entrega a la voluntad del Padre, haciendo nuestra
propia entrega?
El
viernes santo, ¿tenemos que aliviar lo horrible que es la cruz de
Cristo con el espectáculo de un vía
crucis viviente?
¿Por
qué la tradición de solamente
siete palabras
cuando en la Pasión de Cristo se encuentra mucha más riqueza?
Y
¿las
procesiones?
¿Nos olvidamos que los discípulos huyeron y dejaron a Jesús solo?
¿No queremos ver y reconocer que, muchas veces, también nosotros
cerramos los ojos o evitamos situaciones que nos exigen una postura
clara?
¿De
qué nos sirve el
agua bendita
cuando no nos preparamos para renovar nuestras promesas bautismales
de todo corazón?
Y
como no hemos pasado por la angustia de la muerte, no sabemos qué
hacer el domingo de resurrección. Con la quema
de Judas
volvemos a caer en la arrogancia del fariseo que desprecia al
pecador.
Dejemos
tantas actividades y volvamos al silencio, a la soledad. Es allí
donde nos habla Dios. Entonces experimentaremos la sobriedad de la
liturgia como muy enriquecedora. No se trata sólo de celebrar, sino
de dejarse transformar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario