Estamos
comenzando el Adviento, la preparación para celebrar la venida de
nuestro Salvador al mundo - ¡por enésima vez en dos mil años! Pero
parece que todavía nos cuesta enormemente vivir el mensaje de perdón
e integración que Jesús - "Dios salva" - nos trajo.
Murió
Fidel Castro. En un momento de estos hay valoraciones políticas e
históricas del personaje. Esto es normal. También es normal que
cada uno lo haga desde su punto de vista. Hay comentarios de
admiración y otros de luto. Pero en las redes vi también muchas
expresiones de desprecio, de condena, de desearle el peor de los
infiernos. ¡Y eso de parte de gente que se considera cristiana!
Aquí
no hago una valoración histórica - eso es tarea de otra gente.
Tampoco me compete juzgar a la persona de Fidel Castro. El único
juez, más allá y por encima de lo que digan los historiadores, es
Cristo. Precisamente allí está el detalle: ¿quién ha nombrado a
esta gente jueces de Fidel? ¡Nadie! Son jueces autodesignados, sin
ninguna competencia. Son criaturas de Dios, igual que Fidel, y serán
juzgados por el mismo juez: Dios. Y según los mismos criterios que
ellos aplican. El evangelio es claro:
No juzguen y no serán juzgados.
Del mismo modo que ustedes juzguen se los juzgará. La medida que
usen para medir la usarán con ustedes (Mateo
7,1-2).
Tengamos presente una distinción:
Juzgamos los hechos, pero no a la persona. Dios detesta el pecado,
pero no al pecador. Recordemos que Jesús no se alegró por la ruina
de Jerusalén, sino que lloró sobre ella. Nadie sabe lo que pasa
entre Dios y el hombre en este encuentro definitivo que es la muerte.
Si
alguien despotrica contra una persona desde la trinchera segura de su
red social, en el fondo tiene la misma mentalidad que la persona a la
que condena. Sólo que por alguna razón no puede hacer lo mismo.
Pero si tuviera el poder y los medios, lo haría. Por eso, las
revoluciones, en el fondo, no resuelven nada. Porque quieren mejorar
las cosas con la misma mentalidad que las empeoró. La historia da
muchas vueltas. En algunas áreas hay progreso. Pero en lo humano hay
un empobrecimiento enorme.
El
mensaje de Jesús, junto con su ejemplo, es la única manera de
romper este círculo vicioso. Preparémonos en este adviento para
recibir de nuevo a nuestro Salvador que trajo el perdón de nuestros
pecados, y que con su humanidad nos enseña lo que significa
realmente ser hombre.
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