Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

22.12.16

Consentimos a la acción de Dios en nosotros


No sé si alguna vez nos damos cuenta del alcance del misterio de la encarnación. Mientras la vemos como un asunto "allá fuera, en aquel entonces", que tiene que ver sólo con Jesús de Nazaret, no nos apropiamos de lleno sus frutos. El místico Angelus Silesius (1624-1677) dijo en una ocasión: Aunque Cristo haya nacido mil veces en Belén, si no nace en tu corazón, habrá nacido en vano. Son palabras que nos cuestionan y comprometen. Nuestro cuerpo, el cuerpo de cada uno, es templo del Espíritu Santo, y sacramento de la presencia y acción de Dios.
Jesús se le aparece a Pablo en el camino a Damasco y le pregunta: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Contestó: ¿Quién eres, Señor? Le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Hechos 9,4-5). Igual de contundente es el veredicto del Juez al final de los tiempos: Les aseguro que lo que (no) hayan hecho a uno solo de éstos, mis hermanos menores, (no) me lo hicieron a mí. (Mateo 25,40.45). Estamos llamados a ser presencia de Dios. Depende de nosotros si la aceptamos y la vemos también en los demás.
Por eso, es una presencia extremadamente precaria. Dice Jesús a Santa Catalina de Siena: El hombre ignorante convierte en muerte lo que yo le doy para que tenga vida, y de este modo se vuelve en extremo cruel para consigo mismo1. Etty Hillesum no quiere hacer daño a nadie. Por eso escoge el camino del amor. Escribe en su diario bajo la fecha del 15 de septiembre de 1942: Amo tanto al prójimo, porque amo en cada persona un poco de ti, Dios. Te busco por todas partes en los seres humanos, y a menudo encuentro un trozo de ti. Intento desenterrarte de los corazones de los demás.
Cuando a mediados de 1942 se cierne sobre los judíos la "solución final" del exterminio, ella hace esta profunda reflexión: Una cosa es para mí cada vez más evidente: que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti, y así nos ayudaremos a nosotros mismos. Es lo único que tiene importancia en estos tiempos, Dios: salvar un fragmento de ti en nosotros. Tal vez así podamos hacer algo por resucitarte en los corazones desolados de la gente. Sí, mi Señor, parece ser que tú tampoco puedes cambiar mucho las circunstancias; al fin y al cabo, pertenecen a esta vida... Y con cada latido de mi corazón tengo más claro que tú no nos puedes ayudar, sino que debemos ayudarte nosotros a ti y que tenemos que defender hasta el final el lugar que ocupas en nuestro interior... Mantendré en un futuro próximo muchísimas más conversaciones contigo y de esta manera impediré que huyas de mí. Tú también vivirás pobres tiempos en mí, Señor, en los que no estarás alimentado por mi confianza. Pero, créeme, seguiré trabajando por ti y te seré fiel y no te echaré de mi interior2. Paul Claudel lo resume así: No hay cosa más débil e indefensa que Dios, ya que no puede hacer nada sin nosotros3. Todo lo que hacemos obstaculiza o facilita la acción de Dios.
La presencia de Dios en nosotros es una presencia activa. Su acción no nos hace inactivos; al contrario, Él actúa en y a través de nosotros. De esta manera, la encarnación del Hijo de Dios es el punto de partida de la "cristificación" del hombre y del universo entero. Como nuestro ego interfiere constantemente en este proceso y lo entorpece, éste no puede ser sino doloroso; nos exige mucha paciencia. Como dice San Pablo: Hijitos míos, por quienes estoy sufriendo nuevamente los dolores del parto, hasta que Cristo sea formado en ustedes (Gálatas 4,19). Pero, a la vez, nos da este consuelo: Estimo que los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que se ha de revelar en nosotros... Sabemos que hasta ahora la humanidad entera está gimiendo con dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos por dentro esperando la condición de hijos adoptivos, el rescate de nuestro cuerpo (Romanos 8,18-23).
No es necesario inventarnos la presencia de Dios; ¡Él está presente! Nuestra tarea es la de desenterrar esta presencia de debajo de un montón de escombros de nuestro ego. Eso es lo que hacemos en la oración centrante; cada vez que regresamos a nuestra palabra sagrada, nuestra búsqueda amorosa da vueltas como un tornillo, para entrar siempre más profundamente en nuestro interior, hasta encontrar a Dios. Fortalecemos una relación de amor con nuestro Dios que, con el tiempo, nos transforma desde dentro.
Unos aspectos importantes de esta presencia amorosa de Dios son el perdón y la misericordia. El ángel dice a José en sueños: (María) dará a luz un hijo, a quien llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. (Mateo 1,21). Tanto en la anunciación a José como en la predicación de los apóstoles, el tema del perdón fue de suma importancia; porque mediante el perdón se supera la brecha que dejó nuestra condición humana entre Dios y nosotros. A medida que comenzamos a actuar, no desde nuestro ego, sino desde el amor, el perdón que tanto nos cuesta, con el tiempo se hará más fácil.
El "desenterrar" a Dios en nosotros es también importante en el acompañamiento espiritual. Se trata de ayudar al otro a encontrarse con Dios en su interior. Si lo hacemos bien, se evitan las dependencias, y la gente poco a poco aprende a caminar sola porque está en contacto con la fuente de agua viva que brota en su interior. Cuando buscamos la voluntad de Dios, ya no buscaremos instrucciones concretas u órdenes para cada caso. Desde nuestra consciencia transformada en la de Cristo actuaremos espontáneamente según su Espíritu. El amor impregnará nuestras acciones, y buscaremos la inclusión y la unidad de todos.
1 Sta. Catalina de Siena, Diálogos de la Divina Providencia
2 P. Paul Lebeau, Das suchende Herz. Der innere Weg von Etty Hillesum (El corazón que busca. El camino interior de Etty Hillesum), pg. 164 y 172, 12 de julio de 1942.
3 Paul Claudel, L'otage (El Rehén), citado en P. Paul Lebeau, Das suchende Herz. Der innere Weg von Etty Hillesum (El corazón que busca. El camino interior de Etty Hillesum), pg. 173

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