No
sé si alguna vez nos damos cuenta del alcance del misterio de la
encarnación. Mientras la vemos como un asunto "allá fuera, en
aquel entonces", que tiene que ver sólo con Jesús de Nazaret,
no nos apropiamos de lleno sus frutos. El místico Angelus
Silesius
(1624-1677) dijo en una ocasión: Aunque
Cristo haya nacido mil veces en Belén, si no nace en tu corazón,
habrá nacido en vano.
Son palabras que nos cuestionan y comprometen. Nuestro
cuerpo, el cuerpo de cada uno, es templo del Espíritu Santo, y
sacramento de la presencia y acción de Dios.
Jesús se le aparece a Pablo en el camino a Damasco y le pregunta:
Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Contestó: ¿Quién eres,
Señor? Le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Hechos
9,4-5). Igual de contundente es el veredicto del Juez al final de los
tiempos: Les
aseguro que lo que (no) hayan hecho a uno solo de éstos, mis
hermanos menores, (no) me lo hicieron a mí. (Mateo
25,40.45). Estamos
llamados a ser presencia de Dios. Depende de nosotros si la aceptamos
y la vemos también en los demás.
Por
eso, es una presencia extremadamente precaria. Dice Jesús a Santa
Catalina de Siena: El
hombre ignorante convierte en muerte lo que yo le doy para que tenga
vida, y de este modo se vuelve en extremo cruel para consigo mismo1.
Etty Hillesum no
quiere hacer daño a nadie. Por eso escoge el camino del amor.
Escribe en su diario bajo la fecha del 15 de septiembre de 1942: Amo
tanto al prójimo, porque amo en cada persona un poco de ti, Dios. Te
busco por todas partes en los seres humanos, y a menudo encuentro un
trozo de ti. Intento
desenterrarte de los corazones de los demás.
Cuando
a mediados de 1942 se cierne sobre los judíos la "solución
final" del exterminio, ella hace esta profunda reflexión: Una
cosa es para mí cada vez más evidente: que tú no puedes ayudarnos,
que debemos ayudarte a ti, y así nos ayudaremos a nosotros mismos.
Es lo único que tiene importancia en estos tiempos, Dios: salvar un
fragmento de ti en nosotros. Tal vez así podamos hacer algo por
resucitarte en los corazones desolados de la gente. Sí, mi Señor,
parece ser que tú tampoco puedes cambiar mucho las circunstancias;
al fin y al cabo, pertenecen a esta vida... Y con cada latido de mi
corazón tengo más claro que tú no nos puedes ayudar, sino que
debemos ayudarte nosotros a ti y que tenemos que defender hasta el
final el lugar que ocupas en nuestro interior... Mantendré en un
futuro próximo muchísimas más conversaciones contigo y de esta
manera impediré que huyas de mí. Tú también vivirás pobres
tiempos en mí, Señor, en los que no estarás alimentado por mi
confianza. Pero, créeme, seguiré trabajando por ti y te seré fiel
y no te echaré de mi interior2.
Paul Claudel lo resume
así:
No hay cosa más débil e indefensa que Dios, ya que no puede hacer
nada sin nosotros3.
Todo lo que hacemos obstaculiza o facilita la acción de Dios.
La
presencia de Dios en nosotros es una presencia
activa.
Su acción no nos hace inactivos; al contrario, Él actúa en y a
través de nosotros. De esta manera, la encarnación del Hijo de Dios
es el punto de partida de la "cristificación"
del hombre y del universo entero. Como nuestro ego interfiere
constantemente en este proceso y lo entorpece, éste no puede ser
sino doloroso; nos exige mucha paciencia. Como dice San Pablo:
Hijitos
míos, por quienes estoy sufriendo nuevamente los dolores
del parto,
hasta que Cristo sea formado en ustedes
(Gálatas 4,19). Pero, a la vez, nos da este consuelo: Estimo
que los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la
gloria que se ha de revelar en nosotros... Sabemos que hasta ahora la
humanidad entera está gimiendo
con dolores de parto.
Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del
Espíritu, gemimos por dentro esperando la condición de hijos
adoptivos, el rescate de nuestro cuerpo
(Romanos 8,18-23).
No es necesario inventarnos la presencia de Dios; ¡Él está
presente! Nuestra tarea es la de desenterrar esta presencia de debajo
de un montón de escombros de nuestro ego. Eso es lo que hacemos en
la oración centrante; cada vez que regresamos a nuestra palabra
sagrada, nuestra búsqueda amorosa da vueltas como un tornillo, para
entrar siempre más profundamente en nuestro interior, hasta
encontrar a Dios. Fortalecemos una relación de amor con nuestro Dios
que, con el tiempo, nos transforma desde dentro.
Unos aspectos
importantes de esta presencia amorosa de Dios son el perdón y la
misericordia. El ángel dice a José en sueños: (María) dará
a luz un hijo, a quien llamarás Jesús, porque él salvará a su
pueblo de sus pecados. (Mateo
1,21). Tanto en la anunciación a José como en la predicación de
los apóstoles, el tema del perdón fue de suma importancia; porque
mediante el perdón se supera la brecha que dejó nuestra condición
humana entre Dios y nosotros. A medida que comenzamos a actuar, no
desde nuestro ego, sino desde el amor, el perdón que tanto nos
cuesta, con el tiempo se hará más fácil.
El "desenterrar" a Dios en nosotros es también importante
en el acompañamiento espiritual. Se trata de ayudar al otro a
encontrarse con Dios en su interior. Si lo hacemos bien, se evitan
las dependencias, y la gente poco a poco aprende a caminar sola
porque está en contacto con la fuente de agua viva que brota en su
interior. Cuando
buscamos la voluntad de Dios, ya no buscaremos instrucciones
concretas u órdenes para cada caso. Desde nuestra consciencia
transformada en la de Cristo actuaremos espontáneamente según su
Espíritu. El amor impregnará nuestras acciones, y buscaremos la
inclusión y la unidad de todos.
1
Sta.
Catalina de Siena, Diálogos de la Divina Providencia
2
P. Paul
Lebeau, Das suchende Herz. Der innere Weg von Etty Hillesum (El
corazón que busca. El camino interior de Etty Hillesum), pg. 164 y
172, 12 de julio de 1942.
3
Paul
Claudel, L'otage (El Rehén), citado en P. Paul Lebeau, Das suchende
Herz. Der innere Weg von Etty Hillesum (El corazón que busca. El
camino interior de Etty Hillesum), pg. 173
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