Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

19.12.16

Consentimos a la presencia de Dios en nosotros


La encarnación del Hijo de Dios es el punto final de un largo proceso en que Dios se venía revelando durante siglos enteros.
En el pasado muchas veces y de muchas formas habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien nombró heredero de todo, y por quien creó el universo. Él es reflejo de su gloria, la imagen misma de lo que Dios es, y mantiene el universo con su Palabra poderosa. Él es el que purificó al mundo de sus pecados, y tomó asiento en el cielo a la derecha del trono de Dios (Hebreos 1,1-3).
Los Judíos no tenían imágenes de Dios, pero creían tener una idea muy clara de cómo era Él, de cómo debía ser el Mesías. Como respuesta a este error, el evangelio de Juan pone en el primer capítulo esta frase lapidar: Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, Dios, que estaba al lado del Padre, Él nos lo dio a conocer (Juan 1,18). Es como si dijera, "¡déjense de fantasías! ¡no se pongan a inventar!" Nadie puede imaginarse cómo es Dios. Incluso la religión del antiguo testamento llegó solamente hasta cierto punto. Pero de allí en adelante, Dios mismo tuvo que intervenir. Por eso, el nacimiento de una virgen: por una parte hay continuidad en el desarrollo de la revelación. Por otra parte hay una discontinuidad, algo completamente novedoso, inaudito.
Jacob engendró a José, esposo de María, de la que nació Jesús, llamado el Mesías. (De este modo, todas las generaciones de Abrahán a David son catorce; de David hasta el destierro a Babilonia, catorce; del destierro de Babilonia hasta el Mesías, catorce.) El nacimiento de Jesucristo sucedió así: su madre, María, estaba comprometida con José, y antes del matrimonio, quedó embarazada por obra del Espíritu Santo (Mateo 1,16-18).
Por eso, en la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo. La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1,14). O, como diría San Pablo: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos (Filipenses 2,6-7). Jesús, al entrar en este mundo, trastorna todo lo que la humanidad pueda pensar y decir sobre Dios. Todos estos intentos no son más que proyecciones de nuestros deseos y miedos que, al fin y al cabo, provienen de nuestro ego, nuestro falso yo.
A medida que (el hombre) se hace cristiano, se encuentra con la paradoja de la revelación en la persona de Cristo. En Cristo Dios revela su "gloria" (Juan 1,14)... la gloria del amor... Porque Dios no sólo es amor; Él es nada más que amor1.
Con la encarnación, Dios nos revela dos cosas íntimamente relacionadas: En primer término, se revela a sí mismo, nos dice quién es Él realmente: un misterio insondable, pero que se relaciona con el hombre. Se llamará Emanuel, que significa: Dios con nosotros (Mateo 1,23). Y es más: es precisamente al entrar en relación con Dios cuando nos damos cuenta de quién es Él. El hablar de Dios en conceptos nos divide porque muchos tenemos conceptos e ideas distintas y, como dije, proyecciones de nuestra mente contaminada por el pecado. Y podemos llegar, como última consecuencia, a la constatación de Richard Lowell Rubinstein, cuando había terminado la guerra, y se conoció la magnitud del extermino de los judíos: Después de Auschwitz, ya no hay Dios2. Por eso, la única manera válida de hablar de Dios, es hablando de nuestra experiencia, tal y como la podemos tener en nuestro trato con Jesús.
El mismo Señor tuvo la experiencia de Dios como Padre, como alguien totalmente digno de confianza. Lamentablemente, muchas veces nos olvidamos del aspecto materno de Dios, porque, por tantas ideas nuestras sobre Él, lo hemos puesto muy lejos, "allá en el cielo". Nos hemos olvidado de su presencia en y entre nosotros, una presencia que, igualmente, nos inspira una confianza íntima. El hecho de que Jesús llamara a Dios "Padre", no tiene nada que ver con una mentalidad patriarcal. A mi manera de ver, llamar a Dios "Madre" refleja nuestra experiencia de la presencia protectora de Él, como dice el salmo: En el asilo de tu presencia nos escondes (Sal 30,21), mientras que, cuando lo llamamos Padre, nos referimos a esta experiencia donde se nos pide salir de nuestras limitaciones y nuestra área protegida, cuando se nos exige más de lo que creemos poder dar. Además, estas discusiones sobre el género son un asunto de nuestros idiomas europeos, donde los sustantivos tienen género masculino o femenino. En otros idiomas, los sustantivos no tienen género. Y en hebreo, "ruaj", el Espíritu Santo, es femenino, es esta presencia de Dios que nos acompaña siempre.
En segundo término, la encarnación nos revela nuestra verdadera esencia humana, tal como Dios nos había pensado desde el principio: "El ángel fue enviado a María en el sexto mes". Según el simbolismo del número 6, fue el sexto día cuando Dios creó al hombre. Ahora, con Jesús, se crea al hombre cabal, la imagen perfecta de Dios. El "sexto día", según Juan, Jesús muere en la cruz, diciendo que todo se ha cumplido (Juan 19,30), la creación del hombre está terminada. Hablamos de nada menos que la divinización del hombre - que no tiene nada que ver con esta creencia moderna de que seremos dioses. Acuérdate de esta distinción entre él y tú: él es tu ser, pero tú no eres el suyo. Cierto que todo existe en él como en su fuente y fundamento del ser, y que él existe en todas las cosas, como su causa y su ser. Pero queda una distinción radical: él solo es su propia causa y su propio ser3. Llegaremos a esta transformación cuando consintamos no sólo a su presencia, sino también a su acción en nosotros.
Dios se manifiesta en lo que hace. Su plan para el hombre que realiza en Cristo manifiesta su esencia más íntima. Si la encarnación es una acción humilde, significa que Dios mismo es humilde... Dios respeta absolutamente la libertad del hombre. Lo creó no para petrificarlo o violentarlo. Por eso nunca grita ni se impone... Se mantiene escondido para no ser irresistible... Su invisibilidad viene del pudor... La voz de Dios casi no se distingue de un silencio4. La presencia de Dios es extremadamente precaria. Pensemos en la concepción virginal: José no logró explicarse eso, y por poco abandona a María. Los peligros de un embarazo y parto; la mortalidad infantil; la persecución de Herodes, y un largo etcétera...
El 25 de agosto de 1941 Etty Hillesum escribe en su diario: Dentro de mí hay un pozo muy profundo. Y ahí dentro está Dios. A veces me es accesible. Pero a menudo hay piedras y escombros taponando ese pozo y entonces Dios está enterrado. Hay que desenterrarlo de nuevo. Y el 18 de mayo de 1942 reflexiona: Las amenazas desde fuera, siempre más grandes; el terror aumenta diariamente. Me rodeo de la oración como de un muro protector, me retiro a la oración como a la celda de un monasterio; y después vuelvo a salir afuera más concentrada, más fuerte, más decidida.
Frecuentemente falta alguien que nos acompañe y oriente en nuestro camino espiritual; entonces es muy importante descubrir este pozo y alimentarse de él.
Nuestro cuerpo, el cuerpo de cada uno,
es templo del Espíritu Santo,
y sacramento de la presencia de Dios.

1 P. François Varillon, L'humilité de Dieu (La Humildad de Dios), citado en P. Paul Lebeau, Das suchende Herz. Der innere Weg von Etty Hillesum (El corazón que busca. El camino interior de Etty Hillesum), p. 168
2 ib. pg. 287
3 Anónimo inglés del siglo XIV, El libro de la Orientación Particular, 1
4 P. François Varillon, L'humilité de Dieu (La Humildad de Dios), citado en P. Paul Lebeau, p. 169

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