Dice el
texto de la anunciación que el
ángel entró donde estaba ella (Lucas
1,28). Dios
toma la iniciativa.
Eso nos recuerda lo que diría San Juan más tarde: Por
eso existe el amor: no porque amáramos nosotros a Dios, sino porque
él nos amó a nosotros
(1Juan 4,10). Entra en nuestra vida, allí donde estamos. Para Dios
no hay límites; Él escoge a su gente en el momento y en la
situación en que Él quiere, incluso en el pecado, como en el caso
de Pablo cerca de Damasco. Entra en nuestra vida diaria, en nuestros
escondites y por las puertas cerradas. Eso garantiza nuestra
humildad, porque no podremos decir que haya habido méritos de
nuestra parte.
María
se turbó al oír estas palabras, preguntándose qué saludo era
aquel
(Lucas 1,29). El ángel le da la respuesta: ¡No
temas! Al
Maligno no le interesa que estemos tranquilos y en paz. Le interesa
nuestra confusión (de ahí el nombre de “diablo”, es decir “el
que confunde”) y nuestra desorientación, para poder “pescar en
río revuelto”, y “vendernos gato por liebre”. Así comenzó ya
en el paraíso. Y siempre es el hombre quien pierde.
A Dios no
le interesa nuestra confusión ni nuestro miedo. Él nos da
tranquilidad; así nos inspira confianza. Una vez establecida esta
relación de confianza con María, le dice lo que será su misión:
algo inaudito que cuesta creerlo y, más todavía, aceptarlo. Pero,
sabiéndose en la presencia y en el amor de este Dios que le inspira
confianza, es posible caminar con Él todo el trayecto, hasta el
final.
Recordemos
que también en este detalle María es el modelo de nosotros, los
creyentes, y nos da unas orientaciones importantes para nuestro
discernimiento: Siempre, cuando hay gente o situaciones que nos
asustan, que nos confunden e inspiran miedo - y mantienen este miedo
con amenazas - no se trata de (la presencia de) Dios, ni de alguien
interesado en nuestro bien. Eso pasa con frecuencia en la política
donde, hoy en día, muchas veces no se nos presenta un candidato,
sino que se nos “vende” la imagen de un candidato. Pasa en la
vida económica, donde se desinforma de tal manera que se venden
productos de por sí inútiles y hasta dañinos.
La
confianza en Dios es una relación personal que busca una y otra vez
entender. María
respondió al ángel: "¿Cómo sucederá eso si no convivo con
un hombre?" El ángel le respondió: "El Espíritu Santo
vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra;
por eso, el consagrado que nazca llevará el título de Hijo de Dios.
Mira, también tu pariente Isabel ha concebido en su vejez, y la que
se consideraba estéril está ya de seis meses. Pues nada es
imposible para Dios"
(Lucas 1,34-37). El
Evangelio hace énfasis en que María era virgen, y que no conocía
varón. ¡Una situación imposible para tener un hijo! Pero Dios es
especialista en cosas imposibles. Basta con que aceptemos nuestra
pobreza; Él hará el resto.
Qué
habrá pasado en la mente y en el corazón de María! ¿Tener un hijo
sin tener relaciones con un hombre? ¿No será que se está engañando
a sí misma? ¿Será que se está imaginando cosas? Seamos honestos:
también nosotros, hasta el día de hoy, tenemos dificultades con el
nacimiento de una virgen. Incluso admitiendo esta posibilidad, nos
quedaríamos con un problema de índole científica: en una
concepción, la mujer transmite los cromosomas xx, mientras que, para
el nacimiento de un hijo varón, el hombre contribuye con los de xy.
Éstos siempre son transmitidos por el padre. Ahora bien, si este
padre no está - como el evangelio de Mateo (Mateo 1,18) deja bien
claro - ¿de dónde viene entonces un hijo varón?
Pero,
María no tenía estos problemas científicos. Tampoco son de
importancia para nosotros. Aquí se trata de mucho más que la
ciencia. Se trata de la pregunta de si Dios es capaz de hacer
semejante cosa. Con eso llegamos a un punto donde nos vemos obligados
a preguntarnos en qué Dios creemos realmente. ¿En un Dios que, en
grandes líneas, corresponde a nuestras ideas y expectativas? ¿Uno
que, si es necesario, puede ayudarnos cuando a nosotros nos faltan
las fuerzas? O ¿creemos en un Dios que es totalmente diferente, uno
que comienza a actuar precisamente cuando estamos convencidos de que
ya no hay nada que hacer? ¿Buscamos solamente a un dios según
nuestra imagen y semejanza? ¿O dejamos que el Dios verdadero nos
forme - y transforme - según SU
imagen y semejanza?
Por
lo tanto, el nacimiento de una virgen no es un problema científico,
sino que cuestiona nuestra fe. ¿Queremos mantener el control sobre
nuestra vida y nuestros deseos, o estamos dispuestos a confiar
plenamente en Él? ¿Consentimos a su acción en nuestra vida, aunque
no sepamos cómo será eso?
El
nacimiento de una virgen tiene un significado más amplio todavía:
hay por ahí una corriente que nos quiere decir que Jesús, de joven,
se fue a la India, donde recibió la iluminación. Después regresó
a su país y comenzó a predicar. Pero nuestra Salvación no viene de
la India; como dice Jesús a la Samaritana: Ustedes
dan culto a lo que no conocen, nosotros damos culto a lo que
conocemos; porque la salvación procede de los judíos (Juan
4,22). Jesús proviene del seno del pueblo de Israel, y se formó en
la revelación de Dios a lo largo del antiguo testamento. La
genealogía de Jesús (Mateo 1,1-17) no puede hablar más claro.
Habla, por una parte, del esfuerzo humano por hacer llegar al Mesías
pero, por otra parte, nos dice que este Mesías viene como puro don
de Dios, y de la manera más inesperada. Jesús nace del pueblo de
Israel, pero ningún hombre puede decir que es su padre. Y como María
simboliza a Israel, así José simboliza a los justos de Israel que
acogen a Jesús - que es uno de ellos, pero no un logro de ninguno de
ellos, sino un don de Dios. Nadie hubiera sido capaz de imaginarse a
un hombre como lo fue Jesús.
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