Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

5.12.16

El Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo


La liturgia del adviento nos presenta dos grandes figuras; una de ellas es Juan Bautista, el precursor del Señor. El arte lo representa muchas veces apuntando con el dedo a Jesús: "miren allá; ahí está; éste es". Quiere que conozcamos a Jesús. Al día siguiente Juan vio acercarse a Jesús y dijo: Ahí está el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan 1,29). En esta frase corta hay varios detalles que llaman la atención:
Los Judíos esperaban un Mesías que quitara de Israel el yugo de la dominación extranjera (Juan 1,19s). Juan, en cambio, presenta a Jesús como el "Cordero de Dios" que quita lo que realmente nos tiene dominado, el yugo del pecado. No presenta a Jesús como dominador, sino como víctima. Al compartir nuestra suerte, nos redime.
Nuestra expresión "pecado" viene del latín "peccatum". La raíz etimológica de esta palabra tiene que ver con: pie, caminar, tambalear, caer, traspié o, como decimos en lenguaje popular: "meter la pata".
La expresión de los idiomas nórdico-germánicos (sin, Sünde, synt) hace pensar más bien en: separar, apartar, separación, una quebrada, o el Caño Grande en Estados Unidos. Esta imagen está presente en la parábola del pobre Lázaro en el seno de Abrahán y el rico en el "lugar de los muertos, en medio de los tormentos"; le dice Abrahán: Entre ustedes y nosotros se abre un inmenso abismo; de modo que, aunque se quiera, no se puede atravesar desde aquí hasta ustedes ni pasar desde allí hasta nosotros (Lucas 16,26).
La palabra que usa el nuevo testamento, escrito en griego, es: hamartía (ἁμαρτία). Originalmente viene del tiro al blanco; la flecha no sólo no da en el blanco, sino que ni siquiera llega hasta allá; se queda corta. En poesía tiene que ver con incurrir en un error fatal al intentar hacer lo correcto cuando lo correcto simplemente no puede hacerse.
Eso se ve en la trágica experiencia de los intentos de la humanidad de redimirse a sí misma. Los capítulos de Génesis 4-11 describen cómo los hombres intentaban poner orden en su vida y en el mundo. Sin embargo, se enredaron siempre más. Esto mismo fue la tragedia del comunismo en el siglo 20, a pesar de las buenas intenciones iniciales. Buscaban justicia e igualdad; pero al hacerlo sin Dios en quien no creían, terminaron haciendo mucho más daño que el que querían combatir. Es también la tragedia del "Nuevo orden", la creación de una nueva humanidad y un mundo nuevo - pero creado por el hombre, no por Dios. Con la consecuencia de millones de abortos, millardos de pobres, y la destrucción del ecosistema mundial. A nivel espiritual es la corriente de la Nueva Era donde el mismo hombre se sienta en el trono de Dios. Todos estos intentos están condenados a fracasar porque no cuentan con Dios.
El capítulo 12 del libro génesis nos cuenta cómo Dios toma la iniciativa y entra en la historia; llama a Abrahán que se entrega a su designio. Paralelamente al círculo vicioso de los intentos vanos de autorredención de la humanidad, Dios se hace presente con su acción. Celebramos el adviento como preparación a la venida del salvador definitivo, Jesucristo. En el misterio pascual supera la separación de Dios en su raíz: aceptando la muerte, nos abre el camino de la resurrección. Nos revela que, en la muerte, se manifiesta la vida definitiva. Por eso, el bautismo, la aceptación de este misterio en nuestra vida, es llamado también "iluminación"; porque el que acepta la muerte descubre una nueva vida.
Etty Hillesum nos habla de esto en su diario: En los últimos días han pasado muchas cosas terribles, pero ahora, por fin, algo se me aclaró. Le he mirado a nuestra ruina directamente a los ojos, una ruina que probablemente será miserable, y que ya ha comenzado en muchos pequeños detalles de la vida diaria. Llegó a ocupar un lugar en mi estado anímico, sin que me haya quitado fuerzas. No estoy amargada, no me rebelo. Tampoco estoy desanimada, ni mucho menos resignada. Mi crecimiento sigue inexorablemente, día tras día, incluso teniendo ante los ojos la posibilidad de ser aniquilada. (...) Cuando digo "he hecho un balance de mi vida" quiero decir: tengo claramente presente la posibilidad de la muerte; mi vida experimentó una nueva amplitud por el hecho de que le miro a la muerte a los ojos y la acepto como parte de mi vida. No hay que sacrificarle a la muerte una parte de la vida antes del tiempo, teniéndole miedo y luchando contra ella. La resistencia y el miedo nos dejan apenas un pequeño resto de vida empobrecida y atrofiada, que difícilmente todavía se puede llamar vida. Suena casi como una paradoja: cuando uno reprime la muerte de su vida, ésta nunca estará completa (3 de julio de 1942). La carta a los Hebreos habla de esto mismo: Jesús participó de esa condición (de sufrimiento), para anular con su muerte al que controlaba la muerte, es decir, al diablo, y para liberar a los que, por miedo a la muerte, pasan toda su vida como esclavos (Hebreos 2,14-15). El que trata de evitar la muerte, vive desde sus centros de energía, que son manifestaciones del ego, - y peca.
Jesús no quita "los pecados", en plural, sino "el pecado", en singular. Porque si se tratara solamente de "pecados", nos quedaríamos en las acciones u omisiones y, por lo tanto, en el nivel moral, por no decir moralista. Sin embargo, lo que nos aqueja es mucho más profundo. Estamos enfermos en la raíz. Es el pecado o, como diría el P. Keating, nuestra condición humana que nos mantiene separados de Dios.
Este enfoque, equivocadamente moralista, llevaría a otra distorsión: el miedo al castigo. En nuestro inconsciente estamos manejando mucho la categoría del castigo. Es un criterio pagano que tiene que ver con la venganza. En el antiguo testamento se usa más bien como la manera en que Dios educa a su pueblo. Incluso en ambientes cristianos se usa muchísimo, y a veces con mucha autoridad. Por ejemplo, la Virgen que dice en una (supuesta) aparición que rezáramos mucho e hiciéramos muchos sacrificios porque "ya no puede aguantar el brazo de su Hijo que está extendido para castigar a la humanidad". Éstas pueden ser maneras muy sutiles de orgullo, como el del fariseo en el templo que se compara - favorablemente - con el publicano. Es este deseo inconsciente de ver a los malos castigados porque - claro está - nosotros nos creemos buenos.
Jesús, al final del sermón de la montaña, pone otro enfoque: Así pues, quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a un hombre prudente que construyó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca. Quien escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a un hombre tonto que construyó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos, golpearon la casa y ésta se derrumbó. Fue una ruina terrible (Mateo 7,24-27). Su ruina no fue un castigo de Dios, sino la consecuencia de su falta de previsión. Somos nosotros mismos los que sufrimos las consecuencias de los desequilibrios ecológicos que causamos, o de la forma poco sana de vivir. Lo que dice Jesús podríamos aplicar hoy a desastres naturales que simplemente ocurren: lluvias torrenciales con deslaves, huracanes, terremotos, tsunamis, erupción de volcanes.
La idea del castigo no es cristiana. Es parte del pecado porque mantiene la separación afectiva entre el hombre y Dios. No nos capacita para el amor. Pero Dios no castiga. Y cuando el nuevo testamento habla de castigos, habrá que distinguir entre el mensaje que quiere transmitir, y el lenguaje que usa para que los entienda la gente que todavía tiene esta mentalidad. Pero el mensaje central está claro: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no muera, sino tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él. El que cree en él no es juzgado; el que no cree ya está juzgado, por no creer en el Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz (Juan 3,16-19). O, como dice el apóstol Pablo: ¿Quién acusará a los que Dios eligió? Si Dios absuelve, ¿quién condenará? ¿Será acaso Cristo Jesús, el que murió y después resucitó y está a la diestra de Dios y suplica por nosotros? (Romanos 8,33s)
Jesús quita el pecado "del mundo", en griego "cosmos". Esta palabra se puede referir al mundo y también a la sociedad, en cuanto están organizados, en orden, equilibrados. Hoy sabemos cómo el pecado influye y causa los desequilibrios ecológicos y desajustes en las sociedades.
No dice que "perdona" el pecado, sino que lo "quita". Jesús quita esta separación de Dios, restableciendo el acceso al Padre y la relación con Él. Para que veamos la importancia de este detalle, les contaré una anécdota: hace muchos años alguien me habló de los sufrimientos y traumas de su niñez y adolescencia, su emigración después de la guerra mundial y la adaptación a un nuevo ambiente; una persona bastante traumatizada. Estudió sicología, especializándose en la corriente C. G. Jung. Para poder practicar su profesión debía someterse él mismo a un análisis completo. Y me dijo, "Padre me he analizado cuatro años y medio; conozco todas las facetas de mi vida interior, pero ¡NO ME QUIERO!" Vemos que la sicología es muy útil, pero no puede todo. Necesita la relación con el Dios - Amor. Ésta es precisamente la experiencia de Jesús en el bautismo: se abrió el cielo; Dios le sale al encuentro y le dice: Eres mi hijo amado. Así restablece la relación y comunicación con nosotros. El hombre, por sí sólo, no puede. La iniciativa es de Dios.
El hecho de que Jesús haya quitado el pecado del mundo trae como consecuencia que el perdón de los pecados, como lo practicamos en la iglesia, siempre es posible. Ya no se queda reducido al cumplimento de mandamientos, sino al restablecimiento de una relación personal.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.

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