Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

8.12.16

Él debe crecer y yo disminuir


Condominio Sacro, Detalle
Otra faceta de la figura de Juan Bautista en adviento no es tanto su predicación, sino su ejemplo. A lo largo de la historia, hasta nuestros días, se observa que no sólo el clero, sino todos los agentes pastorales - como se llaman hoy - muchas veces no son tan servidores, sino que se sirven de la iglesia para sus propios fines. En vez de permitir y fomentar la llegada del Señor a los corazones, se adueñan de estos corazones y los desvían. Quizá nos vemos reflejados en los hijos de Zebedeo: Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda (Marcos 10,37). Lo que interesa no es nuestra misión para el bien de los demás, sino nuestra gloria, nuestra fama. Vemos nuestro trabajo no tanto como una vocación, sino como una ocupación para justificar nuestros ingresos, nuestra posición y nuestra área de influencia. Y podemos llegar hasta el extremo de dejar a Dios en la sombra para ponernos a nosotros mismos en el centro de atención. Jesús lo deja bien claro cuando les contesta a Santiago y Juan que no saben lo que piden (Marcos 10,38). A la gloria se llega a través del sufrimiento, de la entrega, del anonadamiento.
Juan da el ejemplo. Le dijeron: Maestro, el que estaba contigo en la otra orilla del Jordán, del que diste testimonio, está bautizando, y todo el mundo acude a él. Respondió Juan: No puede un hombre recibir nada si no se lo concede del cielo. Ustedes son testigos de que dije: Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado por delante de él. Quien se lleva a la novia es el novio. El amigo del novio que está escuchando se alegra de oír la voz del novio. Por eso mi gozo es perfecto. Él debe crecer y yo disminuir (Juan 3,26-30).
"¡Maestro, haz algo! ¡Se te va la clientela!" De nuevo vemos el dedo de Juan apuntando a Jesús. Es la única vez cuando nos está permitido e incluso mandado señalar a otro: cuando se trata de la meta de nuestro camino espiritual, Jesús, el Hijo de Dios. Él es el camino, la verdad y la vida (Juan 14,6). No nos conviene interponernos obstaculizando el acceso a Jesús.
Los discípulos de Juan simplemente estaban preocupados por su maestro. Era gente religiosa que tenía que crecer. Pero más tarde vemos otras motivaciones que tienen que ver con la envidia o con el miedo de perder posiciones, privilegios y poder. Es especialmente la clase religiosa dirigente que recurre a toda clase de argumentos para reducir y neutralizar la influencia de Jesús. Recurren a descalificaciones y calumnias. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: miren qué comilón y bebedor, amigo de recaudadores de impuestos y pecadores (Lucas 7,34).
Como las descalificaciones no dieron resultado, recurrieron a la medida extrema, la eliminación física. Los sumos sacerdotes y los fariseos reunieron entonces el Consejo y dijeron: ¿Qué hacemos? Este hombre está haciendo muchos milagros. Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, entonces vendrán los romanos y nos destruirán el santuario y la nación... A partir de aquel día, resolvieron darle muerte (Juan 11,47-48.53). Se mostraron preocupados por el "Lugar Santo y la Nación". Lo que no admitían en su consciencia, pero Jesús mostró al limpiar el templo, fue que este lugar santo era una buena fuente de ingresos y un gran negocio, una cueva de ladrones (Marcos 11,17). Se les iba la clientela y los ingresos.
Por supuesto, eso no lo iban a reconocer. El sumo sacerdote y el Consejo en pleno buscaban un testimonio contra Jesús que permitiera condenarlo a muerte, y no lo encontraban... De nuevo le preguntó el sumo sacerdote: ¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito? Jesús respondió: Yo soy... El sumo sacerdote, rasgándose sus vestiduras, dijo: ¿Qué falta nos hacen los testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia. ¿Qué les parece? Todos sentenciaron que era reo de muerte (Marcos 14,55.61-64). La envidia lleva a prejuicios y ciega. No son capaces de percibir la verdad. No puede ser verdad lo que no debe ser verdad. Es esta ceguera obstinada que Jesús llama en una ocasión el "pecado contra el Espíritu Santo", el único pecado que no tiene perdón. No porque Dios no quiera perdonar - Jesús les perdonó a todos desde la cruz - sino porque en su obstinación se han blindado contra el amor de Dios.
Son éstas unas tendencias, desde las más inocentes hasta las más egoístas, que pueden dificultar e impedir el verdadero conocimiento de Jesús, hasta obstaculizar la relación con Él. Adviento es un buen tiempo para revisar las motivaciones inconscientes en nuestra relación con Dios. Recordemos que en la oración centrante renovamos una y otra vez nuestra intención de consentir a la presencia y acción de Dios en nosotros. Es una y otra vez que estamos invitados a practicar lo que dice Juan Bautista: "yo tengo que disminuir; ÉL TIENE QUE CRECER".

No hay comentarios.:

Publicar un comentario