Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

1.12.16

El Reino de Dios está dentro de Uds.


Mártires Coptos
Si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, es que ha llegado a ustedes el reino de Dios. Mientras un hombre fuerte y armado guarda su casa, todo lo que posee está seguro. Pero si llega uno más fuerte y lo vence, le quita las armas en que confiaba y reparte sus bienes (Lucas 11,20-22).
Lo sabemos por experiencia: justo cuando nos disponemos a orar, cuando nos ponemos en la presencia de Dios, entonces es cuando nos vienen a la mente toda clase de pensamientos. Como que quieren desviar nuestra atención. En parte, esto es normal porque, cuando nos dirigimos a Dios no podemos aferrarnos a algo concreto, a una imagen o idea específica de Él. Experimentamos una especie de vacío, y nuestra mente se encarga rápidamente de llenarlo. Es la experiencia de Jesús en el desierto, la experiencia de los primeros monjes y padres del desierto, de todos los que, a lo largo de los siglos, han buscado la soledad, y es nuestra experiencia en la oración centrante. A veces es como un verdadero bombardeo de pensamientos, sensaciones y emociones lo que nos quiere sacar de nuestro centro. Y, como sabemos, casi siempre son pensamientos que provienen de nuestro ego, de los miedos y deseos de nuestra condición humana. Es algo que parece querer dominarnos; muchas veces nos cuesta volver a nuestro propósito inicial. Los antiguos monjes veían estos pensamientos como "demonios".
Conocemos esta misma presencia de los demonios en la Vida de San Benito de Nursia; cuando se muda de Subiaco a Monte Casino, ellos aparecen en lo que antes había sido un lugar de cultos paganos. San Gregorio Papa, el autor, lo dice con una frase lapidar: cambió de sitio, mas no de enemigo. Dondequiera que aparezca una persona unida a Dios, aparecen también los demonios pero, como en el caso de San Benito, al final se ven obligados a retroceder.
La palabra "demonio" viene del griego clásico daimon (δαίμον), que es una deidad intermedia. Está sometida a los dioses del Olimpo, pero es más fuerte que el hombre. Puede estar a favor del hombre; entonces es como un genio que lo conduce, una habilidad o buena costumbre que le facilita las cosas. O es hostil al hombre y quiere dañarlo; entonces es como un vicio que lo domina.
Fue el psicólogo C. G. Jung quien descubrió que los dioses de la mitología griega reflejan fuerzas inconscientes de nuestra psique, que él llama "arquetipos". Estos arquetipos influyen en nuestra vida desde el inconsciente. Éste es desconocido para nosotros, como un iceberg cuya mayor parte (hasta 90%) está sumergida en el agua. Mientras no las hagamos conscientes, simplemente serán fuerzas que afirmarán y defenderán nuestro ego y - a la larga - nos harán daño. El mismo Jung dice: "Hasta que el inconsciente no se haga consciente, el subconsciente seguirá dirigiendo tu vida. Y tú lo llamarás destino". Y también: "Aquello a lo que te resistes, persiste". Hoy podríamos hablar de "lo que nos domina", adicciones, malas costumbres, la "condición humana".
El nuevo Testamento usa esta misma palabra "demonio" para ir al grano: describe estas fuerzas a la luz de Cristo. Deja claro que el hombre, por sí solo, es indefenso frente a ellas. Estas fuerzas siempre quieren hacernos daño porque nos esclavizan. Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, recorre lugares áridos buscando descanso, y no lo encuentra. Entonces dice: Me vuelvo a la casa de donde salí. Al volver, la encuentra deshabitada, barrida y arreglada. Entonces va, se asocia a otros siete espíritus peores que él, y se meten a habitar allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el comienzo. Así le sucederá a esta generación malvada (Mateo 12,43-45).
Por eso, en el lenguaje de hoy en día, la palabra "demonio" es prácticamente sinónimo con "diablo" ("Διάβολος - diábolos" - es el que confunde, que "vende gato por liebre") o "satanás" (en griego: Σατανᾶς, del hebreo: שָּׂטָן satán, "adversario"). Es sólo Cristo quien puede darnos la libertad. Por eso, nuestra libertad no es absoluta; siempre estamos al servicio de alguien. La cuestión es, ¿de quién? ¿De uno que nos esclaviza para malograr nuestra vida, o de Dios que nos transforma según su imagen y semejanza, y nos invita a consentir a este proceso? Esta segunda opción nos da felicidad y vida, una vida que la biblia llama "vida eterna, definitiva". Cuando consentimos a la presencia del más fuerte, el demonio ya no tiene nada que buscar. Nos sometemos al gobierno de Dios; su Reino ha llegado a nosotros.
Los antiguos monjes hablaban de "estrellar los pensamientos nacientes contra la roca que es Cristo". Para evitar la impresión de una lucha o de violencia, yo prefiero hablar de dejar morir estos pensamientos por inanición, como unos niños recién nacidos que no son atendidos. Así lo hacemos, cuando en la oración centrante no hacemos caso a los pensamientos y simplemente regresamos a nuestra palabra sagrada o, en nuestra vida diaria, a nuestro propósito original. Los pensamientos se estrellan contra nuestra relación con El Más Fuerte. No son atendidos.
Si no estrellamos los pensamientos contra Cristo,
tarde o temprano serán ellos los que nos estrellarán a nosotros contra Cristo.
Es muy importante no alimentar los pensamientos porque nos pueden contaminar el corazón. Y, del corazón salen malas intenciones, asesinatos, adulterios, fornicación, robos, falso testimonio, blasfemia. Esto es lo que hace impuro al hombre y no el comer sin lavarse las manos (Mateo 15,19-20).
Etty Hillesum es muy lúcida en este punto. Escribe en su diario, no veo otra solución, realmente no veo ninguna otra solución que la de barrer en nuestro propio centro y erradicar allí todo lo podrido. Ya no creo en que podemos mejorar algo en el mundo exterior que no tengamos que mejorar primero en nosotros. Esto me parece ser la única enseñanza que nos deja esta guerra: el haber aprendido a buscar el mal únicamente en nosotros y en ninguna otra parte (19 de febrero de 1942).
Y pocos días más tarde escribe: Además, esta mañana: el sentimiento muy fuerte de que, a pesar de todo el sufrimiento y toda injusticia que pasa en todas partes, yo no puedo odiar a los hombres. Y que todo lo espantoso y horrible que está pasando no es algo misterioso amenazante y lejano fuera de nosotros, sino que está muy cerca de nosotros, en nosotros, que sale de nosotros los hombres. Por eso me es mucho más familiar y no infunde tanto miedo (27 de febrero de 1942).
Pero no se queda solamente hablando del mal que descubre en sí misma. Avanza hasta el fondo: Hay en mí un pozo muy profundo. Y en ese pozo está Dios. A veces consigo llegar a él, pero lo más frecuente es que las piedras y escombros obstruyan el pozo, y Dios queda sepultado. Entonces es necesario volver a abrir el pozo (25 de agosto de 1941). Nosotros llamamos esto la inhabitación de la Santísima Trinidad. La práctica de la oración centrante es este trabajo de abrir una y otra vez este pozo profundo en nosotros para despejar nuestro acceso a Dios.

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