Todos
estamos invitados a manifestar a Dios en el mundo, en medio de
nosotros. María nos señaló el camino de cómo poner de nuestra
parte para que se cumpla esto. No digamos nunca “María es tan
santa, ¿pero yo? Yo no puedo
llegar a esas alturas”. Ella es ejemplo y prueba de lo que Dios
puede hacer si, como ella, lo dejamos actuar en nosotros. Quisiera
resumir su ejemplo en unos pocos puntos claves que están al alcance
de todos nosotros:
¡Cuántas
veces decimos en el Padre Nuestro "Hágase tu voluntad"!
Pero, por los frutos que se perciben, parece que estas palabras no
vienen de lo profundo de nuestro corazón. Como
vemos, el culto a María, por sí solo, no da mucho fruto. Ella nos
invita a seguir su ejemplo de humildad frente a Dios. Ella se vació
de sí misma para poder ser llenada de Dios. Y no digamos que ella es
solamente un ejemplo para las mujeres. Lo es igualmente para los
hombres. También el hombre Jesús "se
vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante
a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo
obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz. Por eso Dios lo
exaltó" (Filipenses
2,7-9). Si
seguimos este ejemplo, Dios hará obras grandes en nosotros.
Consentir a la acción de Dios en nosotros no significa que nos
quedemos de brazos caídos porque Dios hace todo. Al contrario, nos
queda bastante por hacer, pero no precisamente lo que nos parece.
He
llegado a la conclusión de que nuestra vida de oración, tarde o
temprano, tiene que desembocar en las palabras del Padre Nuestro
"Hágase tu voluntad". Esto nos une a Dios y le permite
manifestarse en nosotros. Lo practicamos en la oración centrante,
consintiendo a su acción en nosotros. Por eso, la considero una
oración muy mariana. Y es la oración de Jesús en Getsemaní, que
le costó sudar sangre. Pero éste es nuestro camino.
María
reconoce que en
adelante me felicitarán todas las generaciones. Pero
no porque ella haya hecho algo espectacular, sino
porque el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí; su nombre es santo
(Lucas
1,48-49). Es verdad, llamamos a María "Reina". Pero
lamentablemente asociamos con esta palabra casi siempre el poder
humano, los contactos, las ayudas, la dependencia. Sin embargo, como
el Reino de Cristo, el reinado de María "no es de este mundo".
Ella es Reina porque se hizo esclava de Dios. El que reina es Dios.
María, por su humildad, facilita este Reino. La gloria es de Dios;
de María es la felicidad por haber sido instrumento de la
manifestación de la gloria de Dios. Si realmente dejamos que Dios
actúe en nosotros, sabremos que no somos nada. Y que toda la gloria
es de Él. Porque hemos experimentado lo que Dios es capaz de hacer
en nosotros, nos brotará del corazón cuando rezamos en el prefacio
de la misa "Es justo y necesario, es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar". Nuestra vida será
alabanza y gratitud.
En
las bodas de Caná María invita a los sirvientes a que hagan
lo que Él les diga (Juan
2,5). Ella es como los avisos de carretera que nos indican la
dirección a nuestro destino. Estos avisos no están en la carretera
sino al lado de ella, para no obstaculizar el libre tránsito. Así,
María no atrae hacia sí, sino que nos remite, nos "reenvía"
a Jesús. Nuestro destino no es ella, sino Jesús. De igual manera,
no es nuestra tarea atraer a la gente hacia nosotros. Porque solos no
tenemos nada; somos pobres esclavos del Señor. Estamos llamados a
indicarles a los demás el camino hacia el Señor, sin
obstaculizarles el paso.
Todos
ellos, con algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes,
permanecían íntimamente unidos en la oración
(Hechos 1,14). Son los días entre la ascensión de Jesús al cielo y
la venida del Espíritu Santo. Mientras en la primera obra de Lucas,
en su Evangelio, se habla extensamente de María como instrumento del
nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, ahora, cuando nace la Iglesia,
presencia de Cristo en la historia, se la menciona, casi de paso,
como una más entre muchos otros. Es la última consecuencia de su
servicio: Se trata de saber cuándo se ha cumplido una misión para
dar paso a los que vienen, y que tienen tareas nuevas. Saber "dejar
ir", porque todo está en las manos del Señor. Nosotros somos
un pequeño eslabón en sus planes.
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