Estamos
conmemorando los 500 años de la reforma de Martín Lutero. Algunos
dicen que no quieren conmemorar nada porque esta reforma no trajo
nada bueno, sólo división, y hasta guerras. Otros reconocen la
importancia de este hombre, y el impacto que dejó en la cristiandad
y en la vida cultural.
Mientras
nos fijamos en lo que nos sigue separando, la influencia de Lutero
seguirá siendo considerada negativa. Pero yo prefiero seguir las
palabras del Santo Papa Juan XXIII: "Los que creemos en Cristo
no podemos vivir divididos. Pensemos sólo en lo que nos une, y no
en lo que nos separa". Esto mismo nos permitirá ver lo
positivo que Dios nos ha dado a través de Lutero. Y es más de lo
que pensamos. El Espíritu de Dios sopla donde quiere.
Por
la manera en que se enseñaba la fe en la época de Lutero, la gente
le tenía más miedo a Dios que amor y confianza. A causa de su
propia experiencia personal, lo que buscaba Lutero era un Dios
misericordioso. Adentrándose en la Palabra de Dios encontró la
respuesta. A partir de ésta podía decir que no nos salvamos por las
obras sino por la fe, la confianza en el Dios que nos ama.
Hoy
en día es precisamente el Papa Francisco quien pone muchísimo
énfasis en este aspecto, el Dios misericordioso. Y el Cardenal
Walter Kasper escribió un libro - no sé si está traducido al
castellano - con el título de "Misericordia. El Concepto
Fundamental del Evangelio - la Clave de la Vida Cristiana". En
el preámbulo dice que habrá que rediseñar toda la enseñanza de la
teología desde este enfoque. Porque es verdad, nuestra teología ha
sido muy cerebral; no se ha desarrollado desde una experiencia de
Dios. Si bien es necesario tener claros los conceptos, si éstos son
lo único que nos preocupa nos quedamos con las enseñanzas, y nos
vemos obligados a "defender la fe" - o lo que llamamos fe
-, como si fuera una ideología. La consecuencia es que nos fijamos
en lo que nos separa. Pero si VIVIMOS la fe desde la confianza
en un Dios misericordioso, nos podemos fijar en lo que nos une.
Veamos
por lo tanto algunos frutos que nos trae esta unión "de facto"
cuando vivimos nuestra fe, recordando que no puede haber fruto
bueno de un árbol malo: el martirio. Durante el tiempo del régimen
de Hitler, tanto pastores protestantes como sacerdotes católicos
estaban en un mismo campo de concentración. Hubo en Alemania muchos
mártires por la fe y los valores cristianos, también protestantes.
Quizá el más conocido es Dietrich Bonhoeffer, ejecutado el 9 de
abril de 1945; había sido pastor luterano. Se había opuesto al
régimen nazi de la Alemania de los años 1930/40.
Aprovecho
el tema del martirio, para ampliar nuestros horizontes a otras
iglesias cristianas; también ellas tienen sus mártires. El 18 de
octubre de 1964, el Beato Papa Pablo VI canonizó a los mártires de
Uganda. Sin embargo, los canonizados fueron sólo los católicos
romanos. Pero en el grupo de los mártires hubo también un buen
número de jóvenes de la iglesia anglicana.
En
febrero de 2015 fueron asesinados en Libia 21 mártires de la iglesia
copta egipcia porque se habían negado a abandonar su fe para
convertirse al Islam. El Papa Copto Tawadros los incluyó en el
Synaxarium, lo que equivale a la canonización en la iglesia
católica.
Y no
podemos olvidar los miles de mártires de las diferentes iglesias
cristianas del Medio Oriente, víctimas del fanatismo de ISIS. Son
tantos que, al menos para nosotros, muchos quedan en el anonimato.
Pero Dios conoce el nombre de cada uno de ellos.
Son
los conceptos los que nos impiden todavía celebrar el sacramento de la
eucaristía juntos. Pero nuestra confianza vivida en el mismo Dios
nos permite estar unidos en la entrega de nuestra vida.
Otro
punto que quisiera resaltar es que en aquella época el pueblo no
tenía acceso a la Biblia. Ésta estaba escrita en latín, y, además,
los códices eran muy caros. Fue Lutero quien se puso a la inmensa
tarea de traducir toda la biblia desde los idiomas originales, hebreo
y griego - ¡y eso sin computadora! La recién inventada imprenta le
dio la posibilidad de una difusión masiva de la Palabra de Dios. De
esta manera, el Pueblo de Dios volvió a tener acceso a la Palabra.
La lectio divina se había perdido; y fue recién a finales del siglo
pasado cuando se comenzó a recuperar este tesoro valioso.
Según
Monseñor Nunzio Galantino, secretario general de la Conferencia
Episcopal de Italia, el
amor de Lutero por la Palabra anticipa la sacramentalidad de la
Palabra afirmada por el Concilio Vaticano II.
La «pasión de
Lutero por Dios ha sido, como dijo el Papa Benedicto en Alemania en
el 2011, una pasión profunda: el resorte de su vida y de su camino.
No era, en efecto, una cuestión académica». En este contexto
quisiera mencionar el comentario de
Lutero al Magníficat.
Es un comentario bellísimo y muy profundo que refleja, de paso sea
dicho, su amor a la Virgen.
La
traducción de la Biblia tuvo también otra consecuencia, más bien a
nivel cultural: el idioma que usó Lutero para su traducción fue
básicamente el dialecto de la región donde vivía, en Alemania
central. Ésto se convirtió en la base para el idioma alemán
estándar que usamos hoy en día.
Lutero
también escribió el texto y la música de muchos cantos religiosos.
Según la tradición son entre 35 y 42. Eso le permitió al pueblo no
sólo participar activamente en las celebraciones, sino que fue
también una gran ayuda para interiorizar la fe. En eso se refleja
por una parte el hecho de la formación musical que Lutero había
recibido en sus años jóvenes, pero también su pasado de monje
agustino. Fue San Agustín quien dijo en una ocasión, "quien
canta bien, ora el doble". Estos cantos fueron, junto con la
lectura de la biblia, el medio más importante para formar a la gente
en la fe. Y un buen número de estas canciones se cantan también en
la iglesia católica - porque ¡son bíblicas! Más allá de la
iglesia, estos cantos tuvieron también una gran influencia en la
música, hasta el día de hoy. En la iglesia católica pasó más
tiempo hasta que la gente comenzó a participar activamente en la
liturgia. Todavía hoy hay gente que habla de "oír misa"
- ¡qué palabra tan fea!
La iglesia católica tardó más tiempo - casi cinco siglos -
para implementar cosas que hoy en día, para las generaciones
jóvenes, ya son costumbre. Se necesitaron tres concilios, el de
Trento, y los dos del Vaticano, especialmente el último. Y sólo
Dios sabe hasta qué punto ha influido la oración y la vida de
muchos santos, de hombres y mujeres que tomaron su relación con Dios
en serio, en los cambios que hoy nos acercan más a Él.
Lutero
no era ningún santo. Tenía sus sombras, algunas de ellas fuertes.
Pero eso precisamente es la prueba de que Dios sabe escribir derecho
en líneas torcidas. A pesar de su carácter fuerte - o quizá
precisamente por eso - ha sido un hombre honesto que buscaba a Dios
con sincero corazón. No podría haber escrito su comentario al
Magníficat, donde resalta la humildad de María, si él mismo no
hubiera entendido y vivido la humildad. Dice en una ocasión,
"mientras yo dormía, Dios reformaba la Iglesia". Lutero no
quería ninguna separación; él quería reformar la iglesia. Fue la
intransigencia en ambos lados - porque todos somos inconscientemente
hijos de nuestra época - que llevó a la separación.
No
me parece conveniente ver a Lutero fuera de contexto. En la Europa de
la época, algo estaba en el aire. Porque en los mismos años
aquellos hubo también otras personas que intentaron reformar la
iglesia: Calvino y Zwingli. Dentro de la iglesia hubo otro enfoque,
el de comenzar por uno mismo. Me vienen a la memoria tres españoles:
Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz. Son los místicos que
influyen en la vida de la Iglesia hasta hoy. El otro es San Ignacio
de Loyola. Ha sido un hombre recio que, después de su conversión,
diseñó los ejercicios espirituales, con el objetivo de acercar la
gente más a Dios.
También
hoy, el camino va por allí. Se trata de acercarnos a Dios en una
relación personal y de confianza, dejando atrás nuestros proyectos
y la identificación con nuestra cultura, para vivir nuestra fe. Este
camino nos llevará hacia la unidad.