Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

1.11.17

¿Ser Santo?


A veces encontramos gente que quiere ser santa. Pero la mayoría de nosotros se asusta más bien ante esta idea. Las causas pueden ser varias. En unos casos, muy pocos, el querer ser santo puede tener como causa la vanagloria, un poco como los discípulos Juan y Santiago que querían sentarse al lado de Jesús en su Reino. Nos imaginamos que un día seremos canonizados. La respuesta de Jesús debe haberles caído como un balde de agua fría. Después de haber afirmado que eran capaces de beber el cáliz, escucharon la promesa de Jesús: mi cáliz lo beberán. Pero los puestos a mi lado... de éstos se encarga mi Padre. Y cuando llegó el cáliz para Jesús, los dos - junto con los otros - se esfumaron. Fue el buen ladrón, crucificado con el Señor, quien alcanzó la gloria por este camino del cáliz.
La otra causa porque pensamos que la santidad no sea para nosotros es que creemos que los santos son una gente muy especial, muy perfectos. Pero nosotros, conscientes de nuestras debilidades e infidelidades, no nos vemos capaces de llegar a algo ni que lejanamente podría llamarse santidad. Ambas posturas son erróneas. Porque ambas pretenden que la santidad es el resultado de nuestros propios esfuerzos, unos por exceso de confianza en sí mismos, y los otros por falta de confianza.
Una respuesta nos da María, la Madre de Jesús, en el canto del Magníficat: "Desde ahora me felicitarán todas las generaciones". Ella reconoce su grandeza, pero la pone en perspectiva: "Porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí". Y en lo sucesivo lo desarrolla en detalle. No es que nosotros seamos grandes y fuertes; es el Señor quien hace sus maravillas en nosotros. Y el requisito para esto es nuestra humildad, nuestra convicción de que no podemos lograr nada por nosotros mismos.
Con esta perspectiva - que no es únicamente mariana, sino cristiana - entendemos que TODOS estamos llamados a la santidad. Porque todos estamos llamados a ser una manifestación de Dios, de SU santidad, de SU fuerza, de SU amor. No se trata entonces de emprender grandes cosas, sino de hacer caso a la invitación de Jesús: "Conviértanse y crean en la Buena Noticia". "Conviértanse", literalmente "cambien su manera de pensar". No tenemos por qué pensar en grandes esfuerzos. Mejor tomemos en serio la Buena Noticia. ¿Cuál es? Es la gran noticia de que Dios nos ama, nos ama de manera ilimitada, permanente, sin retractarse, por encima de nuestras debilidades e infidelidades. "Si somos infieles, Él sigue siendo fiel" dice el apóstol. Cuando aceptamos que somos amados por Dios sin reservas, entonces sentiremos una fuerza interior que se traduce en una sana autoestima, en la fortaleza de resistir lo "políticamente correcto". Como dice San Pablo, "Si Dios está con nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros?" Dios nos ama; otro asunto es si nos dejamos amar, o si seguimos buscando un amor sustituto y pasajero en las cosas y personas creadas.
En la oración centrante practicamos precisamente esto: consentimos a la presencia de Dios en nosotros, de un Dios que nos ama y acepta tales como somos. La aceptación de este amor nos capacita para consentir también a la acción de Dios en nosotros. Y no se trata de cumplir mandamientos - eso sería legalista. Ahora tenemos los oídos de nuestro corazón afinados para escuchar la voluntad de Dios en la situación concreta y los detalles de nuestra vida. Por eso los Santos son también signos proféticos de Dios en su época respectiva. Dios nos habla y actúa a través de ellos.
Este camino está al alcance de todos nosotros.

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