Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

10.12.17

Venga a Nosotros tu Reino


Iglesia Abacial de Sta. Otilia
Corona de Adviento
En la liturgia celebramos todo un ciclo navideño que dura varias semanas. Desde hace unos años para acá, el ambiente que nos rodea se ha dado a hablar de "fiestas decembrinas", o "fiestas de fin de año". De esta manera se evita que se recuerde la razón de ser de estas fiestas: la navidad, el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, la manifestación de Dios hecho hombre en este mundo y en nuestras vidas. La temporada del adviento ya no tiene cabida en esta visión. Las semanas antes de navidad se convierten en un tiempo estresante para hacer las compras que se consideren necesarias.
Pero si hacemos las cosas como nos enseña nuestra fe, damos a cada aspecto su propia importancia. Comenzamos con el adviento, pasamos por el nacimiento y la manifestación del Señor, y terminamos con el bautismo de Jesús. En adviento celebramos nuestra esperanza de que Dios llegará a visitarnos. Esta llegada es muy diferente de lo que nos imaginamos: Dios no llegó con bombos y platillos, como rey o vengador, sino que se hizo hombre. Como rezamos en la plegaria eucarística 4, compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado.
San Bernardo de Claraval nos habla de las tres venidas de Jesús: la primera, en su nacimiento en Belén, la segunda, en nuestro corazón, y la tercera cuando vuelva con poder y gloria. Lamentablemente, en nuestra consciencia no se le ha dado mucha importancia a esta segunda venida, a este nacimiento de Dios en nuestro corazón. Sin embargo, éste es de suma importancia. Cuando rezamos cada día, incluso varias veces, que venga a nosotros tu Reino, no es para quedarnos sentados tranquilos y de brazos cruzados, esperando que Dios venga, que elimine a los malos, y a nosotros que nos creemos buenos, nos dé el premio en su Reino. Más bien se nos pide que le entreguemos a Dios el gobierno sobre nuestra vida, para que sea Él quien reine, para que se haga SU voluntad, no ya la nuestra. Porque, como dice el Señor, el reino está dentro de Uds. Y esto exige nuestra cooperación activa. De esta manera apresuramos la venida del día de Dios (2Pedro 3.12). También el evangelista Marcos nos pide, que preparen el camino al Señor, enderecen sus senderos (Marcos 1,3). Se puede pensar que, cuantas más personas hacen este "cambio de gobierno" en su corazón, tanto más pronto se establece el Reino de Dios. Y la venida de Jesús en poder y gloria no tiene por qué inspirarnos miedo sino que, como dice el evangelio, nos invita a ser vigilantes y estar alerta.
La liturgia de estas semanas nos presenta dos figuras importantes que pueden guiarnos en esta esperanza activa del Señor. El primero es Juan el Bautista. Él dice de sí mismo, yo no soy el mesías (Juan 1,20). Juan era muy conocido y apreciado. Pero dejaba bien claro que no era él quien iba a salvar a Israel. Nosotros, muchas veces, esperamos que alguien nos arregle los problemas y nos saque de apuros. O, en el peor de los casos, nosotros mismos nos creemos el centro de atención y el encargado de salvar a todo el mundo. Juan apunta a otro, a Jesús. El adviento nos invita a ser humildes y a reconocer que la salvación no depende de nosotros, sino que ya estamos redimidos. Sólo estamos encargados de anunciarlo. En otra ocasión, Juan deja esto más claro todavía: Buscaron a Juan y le dijeron: Maestro, el que estaba contigo en la otra orilla del Jordán, del que diste testimonio, está bautizando, y todo el mundo acude a él ("¡Se te va la clientela!"). Respondió Juan: No puede un hombre recibir nada si no se lo concede del cielo. Ustedes son testigos de que dije: Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado por delante de él. Quien se lleva a la novia es el novio. El amigo del novio que está escuchando se alegra de oír la voz del novio. Por eso mi gozo es perfecto. Él debe crecer y yo disminuir (Juan 3,26-30). Cada uno de nosotros está llamado a facilitar el acceso a Dios a la gente que nos pide orientación. No es correcto crear apegos entre ellos y nosotros.
La otra persona que nos ayuda a celebrar bien el adviento es María, la madre de Jesús. Ella consintió a la acción de Dios en su vida. Se vació tanto de sí misma que Dios pudo llenarla, incluso físicamente, de la presencia de su Hijo. En el himno del Magníficat (Lucas 1,46-55), María reconoce que todos la felicitarán. Pero también, que es Dios quien ha hecho obras grandes en ella. Se mencionan expresamente nuestros tres centros de energía que, por la falta de confianza en Dios, se han convertido en nosotros en centros de necesidades exageradas: el centro de afecto y estima, el de poder y control, y el de seguridad y supervivencia. Despliega la fuerza de su brazo, dispersa a los soberbios en sus planes, derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos (Lucas 1,51-53). Al volver a aceptar la voluntad de Dios en nuestra vida, encontramos nuestros recursos necesarios, nos sabemos amados infinitamente, y podemos confiar en que Dios está en control y que lleva todo a un final bueno.
En la oración centrante practicamos precisamente esto: consentimos a la presencia y acción de Dios en nosotros. Ella nos da el sosiego necesario para pasar este adviento en alegre esperanza.

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